Enviado: martes, 22 de abril, 2008 13:51:01
Asunto: Insisten en condena a muerte de las mujeres más pobres!
LAS MUJERES EN DEFENSA DEL ESTADO LAICO, SIN CONCESIONES ¡
LLAMAMOS A MOVILIZARNOS POR NUESTROS DERECHOS ¡
La Asamblea de Mujeres de Quito, frente a las decisiones últimas del bloque de Asambleístas de Alianza País, en su intento de invocar a dios en la Constitución , impedir el matrimonio entre personas del mismo sexo y determinar normas que impiden el aborto terapéutico, manifestamos lo siguiente:
RECHAZAMOS:
• La invocación de dios en la constituyente, atentando el carácter laico del Estado Ecuatoriano, con la pretensión de subsumir una norma jurídica frente a las creencias religiosas de las personas. Esta concesión a la hegemonía eclesial, niega la lucha de la humanidad a través de la historia por la defensa de la libertad de conciencia.
• La presunción de que la sexualidad se reduce al matrimonio y a la normativa heterosexual. Esto es un acto discriminatorio en contra de las minorías sexuales y una negación de la realidad sexual de los y las ecuatorianos-as.
• Los discursos de turno que hablan de los momentos históricos y trascendentes que vive el país y que afirman que la soberanía del cuerpo es un asunto secundario, esto es, las mujeres y las minorías sexuales en tiempos de revolución ciudadana hemos sido reducidas a sujetos ahistóricos y una vez mas expropiadas de nuestros cuerpos.
• El desconocimiento de los avances que el país ha realizado en los Derechos Sexuales y Reproductivos, no solo en el texto constitucional de 1998, sino también en la normativa jurídica interna para fundamentar políticas públicas en los campos de salud y educación.
• La pretendida incorporación en el texto constitucional, de la protección de la vida del concebido, como si fuera lo mismo el cigoto, el blastocito, la morula, el embrión, el feto, el recién nacido; que son los nombres científicos reconocidos al desarrollo progresivo de la unión del ovulo y el espermatozoide, sí es que se implantan o no, desarrollen un embarazo o no, y terminan con un recién nacido o no.
INFORMAMOS QUE:
• El Ecuador tiene una de las tasas más altas de mortalidad materna en América del Sur, solo superada por Bolivia, y el aborto es la segunda causa de muerte materna. Por ello, las mujeres demandamos anticonceptivos para no abortar y despenalización del aborto para no morir.
• El aborto terapéutico reconocido en el Ecuador, es necesario en aproximadamente 200 mujeres que anualmente recurren a los hospitales porque enfrentan un embarazo que pone en riesgo la vida de las mujeres. Muchas de estas mujeres ya son madres.
• El total de egresos hospitalarios por aborto que se producen en el país, constituyen apenas un tercio del total de abortos que ocurren en clínicas particulares y sitios clandestinos e inseguros, que lucran con la vida de las mujeres. En ese sentido, el aborto es una expresión de un neoliberalismo puro que deja a las mujeres a merced de la capacidad de pago. De hecho las mujeres con recursos se pagan un aborto seguro, no así las mujeres pobres, jóvenes, que viven en zonas rurales, campesinas e indígenas.
• Siete de cada 100 mujeres han sufrido sexo forzado con penetración, al igual que el 8.3% de mujeres indígenas de mas de 15 años, soportaron alguna forma de violencia sexual y el 6.1% de ellas sufrieron penetración. (Endemain:2004)
• Dejar abierta la posibilidad de prohibir y criminalizar el aborto terapéutico, por incorporar en el texto el derecho a la vida desde la concepción implica una perdida para la sociedad ecuatoriana, sobre todo para las mujeres pobres que enfrentados a un estado neopatriarcal, las condenará a sufrir abortos inseguros. Los abortos no desaparecerán ¡¡
• El Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas obligó al Estado Peruano a compensar a una menor a la que los servicios públicos de salud peruanos negaron el derecho a acceder a servicios seguros de aborto terapéutico (tal y como prevé la legislación peruana). El Comité responsabilizó al estado de haber violado el derecho de la menor a no ser sometida a un trato cruel, inhumano y degradante.
• El Ecuador ratificó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (1981), y las plataformas de acción de las Conferencias Internacionales: sobre “Población y Desarrollo” (Cairo, 1994) y de la Mujer (Beijing, 1995), que incluyen a los derechos sexuales y reproductivos.
• El neoliberalismo no solo tiene rostro económico, se impregna en la cotidianidad de las personas, en la forma de hacer política con primacía en la exclusión, en la homogenización y el no respeto a las diversidades. El neoliberalismo es también cultural e impide desde lo económico y lo cultural la realización de lo humano..
EXIGIMOS A LA CONSTITUYENTE :
• Hacer que su labor cotidiana no sea un fortalecimiento de lo constituido, el cálculo político de la partidocracia tan criticada con concesiones incluso a los poderes de la iglesia y a grupos conservadores. Que no reproduzcan la lógica de que los fines justifican los medios. Demandamos constituirse en procesos y resultados políticos, transparentes, inclusivos y creativos.
• Ampliar la mirada de la revolución ciudadana. Mientras, las mujeres de izquierda y feministas recordaremos que Alianza País, a nombre de la historia, redujo por exclusión simbólica a las mujeres y a las minorías sexuales a "sujetos ahistóricos" y fortaleció la estigmatización de la sexualidad.
• El cumplimiento de los acuerdos con el movimiento de mujeres, tanto del Presidente de la Asamblea como de las mujeres asambleístas sobre el respeto, la progresividad y el avance de los derechos de las mujeres contemplados en la Constitución de 1998.
• No incluir al concebido en el texto constitucional, pues hacerlo significaría igualar e incluso otorgarle supremacía frente a los derechos de las mujeres; además de que siendo un término de origen religioso ha sido extrapolado a la ciencia.
• Proteger el embarazo y garantizar la vida de mujeres, niños y niñas. Ni una muerta más, por falta de servicios integrales.
• En particular a los compañeros y compañeros de Alianza País a que batallen al interior con estos temas trascendentes. De ustedes depende la vida o la muerte de muchas mujeres. Y de ello depende nuestro voto en el referéndum.
SI AL ESTADO LAICO
SI A LA LIBERTAD DE CONCIENCIA
BLOG DE LA ASAMBLEA DE MUJERES DE QUITO -
http://asambleamujeresquito.blogspot.com/
lunes, 2 de junio de 2008
jueves, 24 de abril de 2008
SOBRE EL DERECHO A DECIDIR
Reflexiones para la Asamblea Constituyente.
SOBRE EL DERECHO A DECIDIR
El aborto constituye uno de los problemas más complejos y delicados en el ámbito de la salud pública, en la mayoría de los países latinoamericanos. En América Latina se calcula que se producen alrededor de seis millones de abortos por año. “El promedio de muertes maternas en la región es de 194 mujeres por cien mil nacidos vivos: la cuarta tasa más alta del mundo. La causa principal, el aborto clandestino, llega a los cuatro millones al año, de los cuales 800 mil casos requieren hospitalización por complicaciones subsecuentes. En el Caribe, el aborto representa el 30% de las muertes maternas”.
Pero, al mismo tiempo se constata que. Este informe fue presentado en Perú, en 1998, y constituye el resultado de una investigación realizada en nueve países de la región, sobre las legislaciones existentes en torno a los derechos reproductivos de las mujeres. Se comprueba en este estudio, que a pesar de que uno de los problemas más graves en salud reproductiva en la región es la mortalidad por abortos clandestinos, la tendencia de las leyes apunta a una mayor rigidez en la regulación y penalización del aborto.
El derecho a la autonomía de las mujeres y a tomar decisiones sobre su sexualidad y su reproducción es la base de sustentación de una vida plena, en igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres.
Desde un punto de vista filosófico hay una tensión que estaría caracterizada por dos posiciones:
a) La primera, sustentada en sectores ultraconservadores: la iglesia, el Estado, la derecha oligárquica, el sistema jurídico, plantea que el aborto es un problema moral y ético, que tiene que ver con “la defensa de la vida a ultranza, sin ninguna otra consideración”. Esta dimensión ha sido utilizada por mucho tiempo para invalidar el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Han primado las concepciones patriarcales de la sociedad y la misoginia, que ven a las mujeres todavía como las ciudadanas de segunda, dependientes de los varones, minimizadas y serviles.
b) Otra posición, sustentada desde sectores del feminismo, y librepensadores, señala que el debate sobre el aborto no es un problema moral o ético, es fundamentalmente un problema de derechos individuales y colectivos, pues la maternidad y la penalización del aborto han sido la base de graves discriminaciones a las mujeres, y de peligro permanente para sus vidas, sobre todo, de las más pobres y ahí radica la terrible hipocresía de la derecha, pues el aborto nunca ha sido un problema entre las mujeres de buena condición económica, ya que se resuelve con dinero.
Es importante analizar las prácticas de los sectores que defienden la penalización del aborto y que no quieren reconocer los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres:
1. Las religiones y, sobre todo, la Iglesia Católica, señalan que defienden el “derecho a la vida”. Pero el respeto por la vida jamás ha sido la prioridad de las religiones, como lo demostramos a continuación:
• Las guerras “santas” o guerras religiosas, han estado presentes en la mayor parte de las conflagraciones mundiales y en los conflictos entre naciones y han generado una gran mortandad en varios países del mundo.
• Las cruzadas, guerra de la Iglesia Católica y Romana contra los árabes, por el control de los lugares “santos”, en realidad implicaba el control de los centros más importantes de producción económica. Esas cruzadas fueron el antecedente de los odios viscerales entre árabes y occidentales, entre cristianos y musulmanes.
• La Inquisición fue una guerra institucionalizada contra toda persona no creyente en la Iglesia Católica y en sus dogmas. Así la Iglesia se impuso a sangre y fuego. La Inquisición asesinó tantas personas, como las guerras mundiales. Millares de mujeres acusadas de brujas por ejercer sus conocimientos curativos ancestrales, fueron quemadas. La Inquisición detuvo el avance de las Ciencias durante siglos.
• La intolerancia religiosa ha permanecido vigente y sigue causando un gran dolor a los seres humanos, y a las mujeres en particular, pues está detrás de las objeciones e impedimentos a los derechos humanos de las mujeres, a la equidad de género, a las responsabilidades compartidas, a la libertad de conciencia, etc.
• El celibato exigido a sus miembros hizo y hace que los sacerdotes resuelvan sus problemas sexuales seduciendo a mujeres y embarazándolas, sin responsabilizarse de los hijos que procrean, puesto que no los pueden reconocer legalmente. En otros casos, terminan abusando de los menores de sexo masculino o femenino, que les han sido encargados para su educación en escuelas y colegios católicos o en los seminarios en donde se formaban los sacerdotes. Por esta razón fueron cerrados los famosos internados que anteriormente poseían las instituciones religiosas. El Vaticano ha pagado sumas millonarias para callar a los denunciantes y ha tapado vergonzosamente a sus miembros pederastas, abusadores y violadores. El silencio y la impunidad que han mostrado los jerarcas y sacerdotes de la Iglesia Católica, en relación a sus miembros pederastas y a las violaciones de mujeres religiosas, en todo el mundo, demuestra que no son los paladines de la defensa del derecho a la vida o de los derechos de los seres humanos.
• Al mismo tiempo, la Iglesia Católica ha impedido sistemáticamente la educación sexual, el control de la natalidad, y el aborto, porque su estrategia de crecimiento se basa en la proliferación de pobres, ignorantes y desheredados, sin los cuales no tendrían el poder que poseen.
• Por todo ello, ni el Vaticano ni la Iglesia Católica, tienen calidad moral para pronunciarse en contra de los Derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, ni para exigir la penalización del aborto. Qué tal que las mujeres decidiéramos exigir la penalización de todos sus pederastas, abusadores y violadores de mujeres? ¿Qué tal que aquí en el Ecuador se destaparan esos abusos que duermen en las mentes atormentadas de tantos seres violentados?
La Iglesia Católica no debe inmiscuirse en un tema de salud pública y de libertad de conciencia; y la Asamblea Nacional Constituyente debería recordar que Eloy Alfaro realizó la revolución más importante del país, fundamentada justamente en la separación de la Iglesia y el Estado, la libertad de cultos, el control del Estado sobre los bienes de manos muertas, con los que se enriqueció fraudulentamente la Iglesia, a través del miedo al infierno, y muchas otras transformaciones importantes, que fueron la columna vertebral del Ecuador Moderno y que deben ser el sustento de esta Revolución Ciudadana, que pretende construir un país solidario, respetuoso de la diversidad y justo para todas y todos.
Quito, abril 23 de 2008.
SOBRE EL DERECHO A DECIDIR
El aborto constituye uno de los problemas más complejos y delicados en el ámbito de la salud pública, en la mayoría de los países latinoamericanos. En América Latina se calcula que se producen alrededor de seis millones de abortos por año. “El promedio de muertes maternas en la región es de 194 mujeres por cien mil nacidos vivos: la cuarta tasa más alta del mundo. La causa principal, el aborto clandestino, llega a los cuatro millones al año, de los cuales 800 mil casos requieren hospitalización por complicaciones subsecuentes. En el Caribe, el aborto representa el 30% de las muertes maternas”.
Pero, al mismo tiempo se constata que
El derecho a la autonomía de las mujeres y a tomar decisiones sobre su sexualidad y su reproducción es la base de sustentación de una vida plena, en igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres.
Desde un punto de vista filosófico hay una tensión que estaría caracterizada por dos posiciones:
a) La primera, sustentada en sectores ultraconservadores: la iglesia, el Estado, la derecha oligárquica, el sistema jurídico, plantea que el aborto es un problema moral y ético, que tiene que ver con “la defensa de la vida a ultranza, sin ninguna otra consideración”. Esta dimensión ha sido utilizada por mucho tiempo para invalidar el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Han primado las concepciones patriarcales de la sociedad y la misoginia, que ven a las mujeres todavía como las ciudadanas de segunda, dependientes de los varones, minimizadas y serviles.
b) Otra posición, sustentada desde sectores del feminismo, y librepensadores, señala que el debate sobre el aborto no es un problema moral o ético, es fundamentalmente un problema de derechos individuales y colectivos, pues la maternidad y la penalización del aborto han sido la base de graves discriminaciones a las mujeres, y de peligro permanente para sus vidas, sobre todo, de las más pobres y ahí radica la terrible hipocresía de la derecha, pues el aborto nunca ha sido un problema entre las mujeres de buena condición económica, ya que se resuelve con dinero.
Es importante analizar las prácticas de los sectores que defienden la penalización del aborto y que no quieren reconocer los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres:
1. Las religiones y, sobre todo, la Iglesia Católica, señalan que defienden el “derecho a la vida”. Pero el respeto por la vida jamás ha sido la prioridad de las religiones, como lo demostramos a continuación:
• Las guerras “santas” o guerras religiosas, han estado presentes en la mayor parte de las conflagraciones mundiales y en los conflictos entre naciones y han generado una gran mortandad en varios países del mundo.
• Las cruzadas, guerra de la Iglesia Católica y Romana contra los árabes, por el control de los lugares “santos”, en realidad implicaba el control de los centros más importantes de producción económica. Esas cruzadas fueron el antecedente de los odios viscerales entre árabes y occidentales, entre cristianos y musulmanes.
• La Inquisición fue una guerra institucionalizada contra toda persona no creyente en la Iglesia Católica y en sus dogmas. Así la Iglesia se impuso a sangre y fuego. La Inquisición asesinó tantas personas, como las guerras mundiales. Millares de mujeres acusadas de brujas por ejercer sus conocimientos curativos ancestrales, fueron quemadas. La Inquisición detuvo el avance de las Ciencias durante siglos.
• La intolerancia religiosa ha permanecido vigente y sigue causando un gran dolor a los seres humanos, y a las mujeres en particular, pues está detrás de las objeciones e impedimentos a los derechos humanos de las mujeres, a la equidad de género, a las responsabilidades compartidas, a la libertad de conciencia, etc.
• El celibato exigido a sus miembros hizo y hace que los sacerdotes resuelvan sus problemas sexuales seduciendo a mujeres y embarazándolas, sin responsabilizarse de los hijos que procrean, puesto que no los pueden reconocer legalmente. En otros casos, terminan abusando de los menores de sexo masculino o femenino, que les han sido encargados para su educación en escuelas y colegios católicos o en los seminarios en donde se formaban los sacerdotes. Por esta razón fueron cerrados los famosos internados que anteriormente poseían las instituciones religiosas. El Vaticano ha pagado sumas millonarias para callar a los denunciantes y ha tapado vergonzosamente a sus miembros pederastas, abusadores y violadores. El silencio y la impunidad que han mostrado los jerarcas y sacerdotes de la Iglesia Católica, en relación a sus miembros pederastas y a las violaciones de mujeres religiosas, en todo el mundo, demuestra que no son los paladines de la defensa del derecho a la vida o de los derechos de los seres humanos.
• Al mismo tiempo, la Iglesia Católica ha impedido sistemáticamente la educación sexual, el control de la natalidad, y el aborto, porque su estrategia de crecimiento se basa en la proliferación de pobres, ignorantes y desheredados, sin los cuales no tendrían el poder que poseen.
• Por todo ello, ni el Vaticano ni la Iglesia Católica, tienen calidad moral para pronunciarse en contra de los Derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, ni para exigir la penalización del aborto. Qué tal que las mujeres decidiéramos exigir la penalización de todos sus pederastas, abusadores y violadores de mujeres? ¿Qué tal que aquí en el Ecuador se destaparan esos abusos que duermen en las mentes atormentadas de tantos seres violentados?
La Iglesia Católica no debe inmiscuirse en un tema de salud pública y de libertad de conciencia; y la Asamblea Nacional Constituyente debería recordar que Eloy Alfaro realizó la revolución más importante del país, fundamentada justamente en la separación de la Iglesia y el Estado, la libertad de cultos, el control del Estado sobre los bienes de manos muertas, con los que se enriqueció fraudulentamente la Iglesia, a través del miedo al infierno, y muchas otras transformaciones importantes, que fueron la columna vertebral del Ecuador Moderno y que deben ser el sustento de esta Revolución Ciudadana, que pretende construir un país solidario, respetuoso de la diversidad y justo para todas y todos.
Quito, abril 23 de 2008.
LAS MUJERES Y LA PALABRA
Dentro de los elementos básicos de la formación de una estructura cultural y social está el lenguaje. No solo es la herramienta fundamental de comunicación y socialización, con la cual aprendemos los usos, las costumbres, las normas morales, los límites y las fronteras de nuestra libertad en las inter-relaciones con los otros, sino que es el instrumento de una estructuración del inconsciente. Al respecto, dice Marta Lamas: "Desde la perspectiva psicoanalítica de Lacán, el acceso del sujeto al uso de una estructura de lenguaje, que lo precede, coincide con la organización y establecimiento de su inconsciente. De ahí que para Lacán, el inconsciente y el lenguaje están inextricablemente ligados. ; ; .
Quizá por ese devastador poder del lenguaje, la mujer fue reprimida y restringida en el uso de la palabra, durante largos siglos. En efecto, como parte de las restricciones acumuladas históricamente sobre ella, se le limitó e incluso impidió el uso de la oralidad, el derecho a utilizar el lenguaje como forma de expresión humana básica y elemental. Parte de ello, fue la prohibición de hablar en público, de expresar sus sentimientos o pensamientos ante otros, e incluso de denunciar las injurias o daños que otros le propinaban. El patriarcalismo le impuso guardar silencio aún ante los más desgarradores abusos, tales como la violación ejercida por el padre, por un tío, un hermano, o cualquier otro miembro de la familia, la violencia sufrida a manos del cónyuge, una violación múltiple, un chantaje sexual, etc. El silencio era parte del ritual de aceptación de la inferioridad y del sometimiento.
Y si se reprimía la voz de las mujeres, aunque en la privacidad del hogar fuesen, en ocasiones, consultadas, se reprimió con mayor fuerza la posibilidad de que ellas aprendieran a leer o escribir, pues en el poder de la palabra, oral o escrita radicaba toda la supremacía de las sociedades patriarcales, que a través de las leyes y normas consuetudinarias consagró relaciones inequitativas de género entre hombres y mujeres, identificando la voluntad masculina de unos pocos como la voluntad absoluta de los pueblos y naciones. Y justificando ese poder por la voluntad de la divinidad: “Todo poder viene de dios”. Así lo masculino se convirtió en el polo dominante de la relación binaria: hombre-mujer, y todo lo femenino fue asimilado a la naturaleza, mientras lo masculino era identificado con la cultura. El hombre, número uno de esa oposición binaria, se relacionó con fortaleza, poder, creación, inteligencia, actividad, y la número dos: la mujer, con debilidad, dependencia, intuición, ternura, incapacidad de abstracción.
LAS MUJERES Y LA ORALIDAD
En el espacio público, en el ámbito del Estado, en lo social, en la iglesia o en la casa familiar, los varones tuvieron la preeminencia de la palabra. Erdwin Ardener explicó este fenómeno como parte de su teoría de "los grupos silenciados", que son la contraparte oprimida de los grupos socialmente dominantes. Estos últimos controlan los espacios y mecanismos de la comunicación y el lenguaje y obligan a los grupos subalternos a expresarse a través de los modos de expresión privilegiados por la estructura dominante. En ese grupo de silenciados siempre estuvo la mujer. Dentro de las estructuras lingüísticas desarrolladas por la sociedad androcéntrica, las mujeres no pueden expresar su propia visión del mundo. Su palabra es desvalorizada, deformada, silenciada.
Pero, ante la negación de la palabra escrita, ante la negación del derecho a opinar, la oralidad de la mujer asumió la fuerza telúrica de su interioridad insatisfecha. Su arma de resistencia pasó a ser su capacidad para escuchar y para contar; su increíble facilidad para describir, para manifestar con detalle todo lo que veía, para captar de manera intuitiva lo que estaba detrás de las gentes y de las apariencias.
Verena Aebischer lo ilustra con imágenes: “Sería imposible expresar mejor el hecho de que la palabra es una piel simbólica, un nexo entre el individuo y la comunidad: la palabra es siempre simiente de otra palabra. Los textos son prolijos, testimonios seguros de una excelencia narrativa, pero sobre todo, de una instancia de la palabra que gobierna el mundo. En efecto: la mujer tiene poderes desorbitados. Gula de la palabra: a la vez de la escucha de la palabra ajena y del ejercicio de la palabra propia. La palabra glotona es ante todo un oído glotón, empresa de concentración de los saberes de cada uno.”
El uso de la palabra convirtió a la mujer en un ser temido y, a la vez, vilipendiado. La tradicional costumbre de las mujeres a comentar entre ellas lo que pasaba en el trasfondo de la vida familiar y conyugal, fue reprimida a través de largos siglos, pero ello no logró que la oralidad de la mujer disminuyera.
La estrategia inconsciente de resistencia de la mujer a sus grandes frustraciones, a su relegamiento, se realizaba a través de la conversación, convirtiéndose en una cadena interminable que llevaba y traía aquella información subrepticia, clandestina, que los hombres -seres respetables y respetados- no querían hacer pública. Sacaban a la luz las miserias más escondidas de aquellos que en las apariencias querían fungir de perfectos caballeros, de buenos esposos, de seres generosos, religiosos y humanos. Ella era hábil para entretejer los delicados hilos de una telaraña de palabras que llevan la ponzoña de su resentimiento y el desahogo de su dolor:
“Como un cazador emboscado, así acecha la mujer. Su estrategia es hábil, su palabra de miel seduce, la mujer embauca, el mal está hecho. He aquí desvelado el secreto. A partir de este momento, la coraza masculina es frágil: el secreto se convierte en palabra pública. Diabólicamente poseída por el deseo de captarlo todo, de almacenarlo todo, la mujer se revela incapaz de gestionar el saber conquistado, se despoja del mismo, lo divulga...”
La mujer no utiliza, pues, ese instrumento que le fue negado siempre, como posibilidad de equiparación social, como mecanismo de negociación, como un recurso de regateo, como estrategia de supervivencia. Sólo masculla, comenta en voz baja y su palabra viaja de mujer en mujer, de boca en boca y recorre el entorno y se convierte en una cierta venganza. Y aunque la hayan hecho callar una y mil veces, la palabra de la mujer está ahí, oculta, rastrera, clandestina, retadora y temible, aunque aún, hasta ahora, la manden a callar, la silencien a golpes o con el amedrentamiento soterrado de una mirada asesina o la descalifiquen, en el paroxismo de una agresión sicológica, con el gastado epíteto de ignorante o le espeten que habla más de la cuenta o le griten que, simplemente, está loca.
LAS MUJERES Y LA PALABRA ESCRITA
En el largo proceso histórico de segregación de la mujer del espacio público, en ese prolongado confinamiento entre los barrotes de lo cotidiano, ella fue impedida, de acceder a la educación, de participar del acto fundamental del aprendizaje: la lectura y la escritura. Apenas unas pocas familias ilustradas de la colonia, disfrutaron de preceptores privados que les enseñaban en sus propios hogares, razón por la cual fueron tan pocas las mujeres que, en la época colonial, se atrevieron a escribir. La mayoría de quienes tuvieron acceso al aprendizaje lo utilizaron para escribir cartas personales, pues los documentos públicos, como las demandas, juicios, testamentos y otros, eran redactados y escritos por notarios, que utilizaban fórmulas rigurosamente establecidas en el léxico administrativo y legal.
Un primer aprendizaje importante para aprender a escribir es aprender a leer y además tener acceso a buenas lecturas. En la sociedad colonial eran muy pocas las mujeres que podían acceder a ese aprendizaje y peor aún las que podían tener acceso a una buena literatura. Los libros entraban a nuestras colonias después de un largo y complejo proceso de selección que el Estado y la Iglesia hacían para permitir su ingreso. La Inquisición tuvo un papel preponderante en la persecución de los libros prohibidos por la Iglesia y de sus distribuidores y lectores y sabemos que las mujeres no estuvieron exentas de esta persecución.
Es importante señalar aquí, cómo en las listas de personas denunciadas a la Inquisición por leer libros prohibidos, encontramos varias mujeres. Esto muestra que hubo una actividad subrepticia de mujeres ilustradas que leían obras prohibidas por la Iglesia, en un afán de aprehender nuevas ideas, y en ejercicio de una libertad de la que no disponían legalmente, lo que constituye también un indicativo de que tenían una actitud crítica frente a la Iglesia, pues arriesgaban su propia vida y sus bienes al tener acceso a dichas lecturas.
Algunas de esas mujeres denunciadas en el virreinato del Perú fueron: Faustina Velarde por ser crítica de la religión (1811); Josefa Sarmiento, por críticas a los sacerdotes (1817). Otras mujeres que mencionamos a continuación, señoras de destacadas familias, fueron denunciadas por haber leído las cartas de Eloisa y Abelardo, "El Arte de Amar" de Ovidio, el Sofhá de Crebillon, etc. Son ellas: Isabel de Orbea, literata limeña, (1790); la condesa de Fuente-González, denunciada por su propio médico (1790); Mercedes, la Comediante, la baronesa de Nordenflicht y María Dolores Blanco (1803); Mariana de Orbegozo, María Candelaria Palomeque, Mercedes Arnao, (1807); Rosa Román de Carcelén, Rosa Cortés de Mendiburu, Rosa Morales (1809), Carmen Oruna de 24 años, (1817); Ana Daza, del Alto Perú (1818); la marquesa de Castrillón (1819), Lucía Delgado (1820).
La mayoría de las mujeres que dejaron escritos, en aquella época, se dedicaron al género de la literatura mística, generalmente, aconsejadas por sus curas confesores, pues en el fondo se trataba de una empresa publicitaria muy bien montada por la iglesia, en la que aprovechaban la fuerza y la pasión de algunas mujeres que descargaban en la fe y en la religiosidad todas las energías del espíritu.
Este tipo de literatura limitaba la verdadera expresión de las mujeres y las reducía a hablar de sentimientos y emociones provocados por el misticismo e influenciados por la fanática y estrecha educación religiosa, además de pasar por la censura del director espiritual y de algunos otros miembros de la comunidad religiosa. Sin embargo, al leer con detenimiento las descripciones que nos hacen del amor a Cristo o de las visiones celestiales o de sus convicciones religiosas, descubrimos una fuerza pasional tan intensa como la intensidad misma de la represión de su afectividad, de su sensualidad y de su sexualidad. De tal forma que podemos asegurar que las mujeres, a través de la literatura mística pudieron desfogar toda la fuerza de su pasión amorosa retenida, enmascarándola en el éxtasis de la religiosidad.
Escuchemos, por ejemplo, a Santa Teresa de Jesús, refiriéndose al amor a Dios que debe sentir una religiosa:
"Pues vengamos con el Espíritu Santo, a hablar de estas moradas, adonde el alma ya queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que puede, conforme a su estado, que la puede estorbar de esta soledad. Está tan esculpida en el alma aquella vista que, todo su deseo es tornarla a gozar. ...Ya el alma bien determinada queda a no tomar otro esposo; más el Esposo no mira a los grandes deseos que tiene de que se haga ya el desposorio, que aún quiere que lo desee más y que le cueste algo, bien que es el mayor de los bienes." Y continúa: "Y así veréis lo que hace Su Majestad para concluir este desposorio, que entiendo yo debe ser cuando da arrobamientos que la sacan de sus sentidos: porque si estando en ellos se viese tan cerca de esta gran Majestad, no era posible por ventura, quedar con vida. Entiéndese arrobamientos que lo sean y no flaquezas de mujer, por acá tenemos, que todo nos parece arrobamiento y éxtasis."
Otro escrito más modesto de Sor Catalina de Jesús María Herrera, monja dominica de la Audiencia de Quito, quien dejó también algunos escritos, entre ellos su autobiografía y algunos poemas, nos dan índices de la fuerza de estos sentimientos amorosos y evidentemente eróticos, que se catapultan camuflados a través de la literatura religiosa:
Adorada Hostia divina.
nieve ardiente en tal Deidad, deja, deja que obsequiosa
te sacrifique amorosa alma, vida y libertad.
Fulmina en mi pecho el fuego para amar tu gran Deidad.
Cese, cese tanta injuria que mi alma te presiona
con tanta culpa mortal.
El corazón tengo herido de una gran inflamación
Cierto que no se por qué se ha esmerado mi Señor.
A su amante dueño que ausente le ve
pensando que sola esta a su querer.
En la soledad busqué a mi querido
y lo divisé allá muy metido
por unos resquicios hacia lo escondido
donde los amantes viven más unidos
con estrechos lazos en vínculo unidos.
Yo me penetré hasta verme en su propio nido.
"Oh, amor! Que tirano te has mostrado en este grado,
donde padece el alma sin cesar un vivo incendio,
sin dejar un instante de penar en un tormento,
que la quema, la abrasa aqueste fuego
que amor tirano le causó en el pecho.
Una de las constataciones de estas lecturas que permiten los textos escritos por mujeres religiosas es la forma no voluntaria en que asumieron la tarea de escribir. Todas lo hicieron como un mandato, casi como una obligación impuesta por sus curas confesores. Así, encontramos que, Santa Teresa de Jesús empieza el prólogo de su libro "Las moradas del castillo interior", con una frase que la coloca a la defensiva de quienes, seguramente, podrían criticarla:
"Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración: lo uno porque no me parece me da el Señor espíritu para hacerlo, ni deseo; lo otro por tener la cabeza tres meses ha con un ruido y flaqueza tan grande, que aún los negocios forzosos escribo con pena".
Y más adelante ratifica con la misma vehemencia la difícil situación en la que se halla al tener que escribir sobre temas religiosos que ella considera destinados a personas doctas y sobre los cuales se considera impreparada:
"Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas que me han mandado escribir, antes temo que han de ser casi todas las mismas, porque así como los pájaros que enseñan a hablar no saben más de lo que les muestran u oyen, y esto repiten muchas veces, como yo al pie de la letra. ...Y así comienzo a cumplir hoy, día de la Santísima Trinidad, año de MDLXXVII, en este monasterio de San Josef del Carmen en Toledo, adonde al presente estoy, sujetándome en todo lo que dijere a el parecer de quien lo manda escribir, que son personas de grandes letras" Las personas a las que se refiere en el texto eran sus confesores el padre Jerónimo Ceracián y el padre Velázquez.
De igual modo, la monja quiteña Sor Catalina de Jesús María Herrera también escribió una autobiografía y varios poemas. Ella había leído los escritos de Santa Teresa y al decir del padre José María Vargas: "Uno de sus confesores, conocedor de la vida extraordinaria de su dirigida, le ordenó que escribiese su autobiografía. A pesar de su repugnancia y en aras de la obediencia, escribió la primera vez en 1747 cuando era maestra de novicias."
LAS CONCEPCIONES DE GÉNERO TRAVES DE LA LITERATURA
Partiendo de los ancestrales prejuicios que la Iglesia manejaba respecto de la mujer y que propagandizaba día a día, a través de sus “pastores”, en la cotidiana misa y en los demás servicios religiosos, en la enseñanza de la catequesis y en la escuela, podemos definir un estereotipo de mujer que reuniría las siguientes “cualidades femeninas”: ser sumisa, obediente, callada, diligente; combatir su curiosidad natural, que la podía conducir al pecado. Debía estar siempre ocupada en labores manuales y domésticas, porque el ocio la podía conducir a pensamientos y deseos pecaminosos. Tenía que ser comprensiva y tolerar las infidelidades de su marido, prerrogativa solo del hombre. Pero su cualidad más importante era la de ser virgen, cualidad física, que ella debía cuidar, por sobre todas las cosas, pues era el objeto más preciado para el hombre y su credencial para un buen matrimonio.
Tres opciones concretas tenía la mujer en la colonia, ser madre, ser monja o ser libertina. La mujer soltera no tenía un espacio propio ni independiente. Solo podía sobrevivir dependiendo de la casa familiar hasta su muerte, convirtiéndose en la servidora abnegada de otros miembros de la familia o recluyéndose en un convento.
La literatura nos facilita una de las pocas fuentes existentes para asomarnos a las concepciones, que sobre la mujer, se tenían en aquella época. Un romance tradicional que llegó de España a América y se difundió por estas tierras es fiel reflejo de aquellas concepciones:
Me dio el amor cierto indicio, con ello me dio a entender
bonito es tener mujer, siendo la mujer de juicio.
De juicio quiere decir que sea la mujer discreta,
con condición y que sepa de un yerro se corregir;
porque la mujer se entrega sin luz y sin fundamento;
desto fue lo que en un tiempo “me dio el amor cierto indicio”.
... Aunque entender es bastante si la mujer es traidora,
y si es escamisadora, ni el demonio que la aguante;
hay que verla bien vestía y aguantarle picardía,
y hay que darle de comer, y con todo eso hay quien diga:
“bonito es tener mujer”.
Querer mujer con esmero, yo a ninguno le aconsejo,
pero sí yo le diría no le deje ni pellejo
a punta de darle cuero, y si hubiera un majadero
que no tuviere que hacer y se ponga a mantener
esa prenda sin valor
yo le aconsejo muy bien no la deje sin oficio:
bonito es tener mujer “siendo la mujer de juicio”.
Como lo expresa el poema, están requeridas aquí algunas de las cualidades exigidas a la mujer: “ser discreta”, que en el lenguaje cifrado, quería decir más: ser silenciosa, mantenerse callada, no opinar, no discutir. “Con condición de que sepa de un yerro se corregir”, que suena más a asumir una postura de menor de edad, que se reconoce inferior e ignorante.
Redondea la imagen de una buena mujer “no ser traidora ni escamisadora”, pues son dos defectos femeninos específicos dentro de la ideología patriarcal, el primero de los cuales se combate con la fidelidad y el servilismo a ultranza y, el segundo, con el ahorro y el sacrificio. El hombre se quejaba de mantener económicamente a la mujer, sin caer en cuenta que era la sociedad la que negaba a las mujeres de las clases terratenientes el derecho al trabajo remunerado y que había consagrado la obligación de que el esposo asumiera la manutención de su mujer y su familia. Otro mensaje implícito es el de que la mujer no debe ser apasionada ni sincera, para no caer en la situación que ilustra el poema: “la mujer se entrega sin luz y sin fundamento”. Se habla también de los derechos absolutos que tenía el cónyuge sobre su esposa y su prole. Uno de aquellos derechos consistía en reprender o castigar a la mujer como a uno más de sus hijos, cosa que era bastante común en la sociedad colonial. De padres a hijos se enseñaba la importancia del castigo a la mujer para impedir su insubordinación.
Una mujer no debía mostrar inteligencia, porque corría el peligro de no casarse, ya que a ningún hombre le gustaban las mujeres “sabidas” y preferían las ingenuas e inocentes. La esposa debía aprender a aceptar, de boca para afuera, todo lo que dijese y ordenase su marido. Con el tiempo, aprendería el sutil sistema de decir que si, mientras hacía lo contrario. Otro comportamiento patriarcal de las mujeres fue el de establecer vínculos amorosos muy estrechos con los hijos y dejar al esposo la tarea de reprenderlos y castigarlos, pues esto afianzaba la imagen todopoderosa del pater familias. Este amor maternal era -en la mayoría de las madres- enfermizo, por la exagerada posesividad y sobre-protección que ellas ejercían sobre sus hijos, convirtiéndolos, las más de las veces, en seres inseguros, irresponsables y dependientes, aunque tampoco faltaron las madres que volcaron en sus hijos el ansia de trascender, tratando de superar sus propias limitaciones y se convirtieron en las forjadoras de los grandes hombres.
Como a las mujeres les estaba negada la instrucción, la lectura, el acceso a las ciencias, desarrollaron lo único que tenían a su alcance: la intuición. Por esta razón siempre fueron tildadas de “extrañas”, de tener tendencias a lo sobrenatural, a lo esotérico, a lo sensible, a lo empírico, cuando no de ser brujas. Ciertamente, esta capacidad de percepción natural de las mujeres les permitió sobrevivir en una sociedad tan poco equilibrada y en medio de una represión tan aguda como la que debieron soportar, represión que tuvo la finalidad de impedir que la mujer asumiera una identidad propia y una participación activa en la sociedad, en términos de igualdad, y que contribuyó a que la mujer interiorizase un profundo sentimiento de inferioridad, asumido y aceptado mayoritariamente como parte de una fatalidad biológica.
Un poema escrito por Pedro Felipe Valencia (1774-1816), prócer y mártir de la independencia colombiana, y dirigido a una dama santafereña, muestra que, entonces, ya había expectativas de cambio con relación a la situación de las mujeres e ironiza esos anhelos:
REDONDILLAS
Me han dicho, bella Marciana, que casi has perdido el seso
porque dije en un impreso: la mujer no es ciudadana.
Si me aborreces de muerte porque te quité ese nombre,
con los derechos del hombre voy ahora a satisfacerte.
Se requiere voz activa para cualquier asamblea,
y Amor ordenó que sea la mujer siempre pasiva.
Los ciudadanos suspiran solo por la libertad:
tú robas la libertad de todos los que te miran.
Ni conoces la igualdad cuando un hombre se te humilla,
y te dobla la rodilla como a una divinidad.
Cierto es que eres elegible y que muchos te eligieran,
si con certeza supieran hallar tu pecho sensible.
Mas también es fuerza elija tu voz en el tropel vario
un público funcionario que te ampare y que te rija.
...No eres libre, y aun por eso haces que uno se reporte
presentándote la corte sin pronunciarse el congreso.
...Sepan las bellas mujeres, de este país ornamento,
que la igualdad es un cuento en el reino de Citeres.
...El republicano anhelo es ser, como el aire, exento
de extranjero mandamiento o de opresión en su suelo.
...Así, pues, preciosos seres,dejad cualidades vanas,
y sed nuestras soberanas, ciudadanas de Citeres.
En este poema están pintadas con trazos nítidos las concepciones coloniales sobre las mujeres. Como puede desprenderse de la simple lectura del poema, se señalan las supuestas características de las mujeres, que en realidad son efectos de la represiva ideología impuesta sobre ellas: ser pasivas y posesivas, estar dominadas más por el corazón que por el cerebro, ser criaturas decorativas, etc.
Finalmente, el autor califica como “cualidades vanas”, los anhelos de las mujeres de sacudirse de su estado de minusvalía social, haciéndolos aparecer como contrarios a la lucha contra la opresión. Algo parecido a lo que ocurrió siempre en todos los procesos revolucionarios, cuando se aceptó la lucha y el sacrificio de las mujeres, pero solo hasta el momento en que ellas demandaban reivindicaciones como género, entonces se las obligaba a volver a sus tareas de siempre, las que “la divinidad” había determinado desde el principio de los tiempos. Un ejemplo de ello fue lo que ocurrió con Olimpes de Gouges, revolucionaria y luchadora incansable por los Derechos de las Mujeres, que fue guillotinada por sus propios compañeros, en medio de la Revolución francesa, acusada de haber olvidado sus deberes como mujer.
Pero la larga noche medieval y colonial dio paso a un nuevo día y las mujeres de todos los rincones empezaron a luchar por acceder a la palabra oral, a la palabra escrita y aunque eso les causó dolores, soledad, repudio, señalamiento, exclusión, la palabra de las mujeres no ha dejado de crecer y empieza a recorrer el mundo, a dejarse escuchar en foros y reuniones, en el ámbito público y en el privado, en las editoriales y en las nuevas trincheras de la tecnología virtual, para lanzar al mundo su grito de dignidad que señala que estamos aquí, recuperando nuestra historia, recuperando nuestros saberes, recuperando nuestro espacio vital como artífices y creadoras, como pensadoras y soñadoras, como luchadoras de todas las épocas, de todas las batallas, como sobrevivientes de todas las persecuciones, postergaciones, infamias.
Quizá por ese devastador poder del lenguaje, la mujer fue reprimida y restringida en el uso de la palabra, durante largos siglos. En efecto, como parte de las restricciones acumuladas históricamente sobre ella, se le limitó e incluso impidió el uso de la oralidad, el derecho a utilizar el lenguaje como forma de expresión humana básica y elemental. Parte de ello, fue la prohibición de hablar en público, de expresar sus sentimientos o pensamientos ante otros, e incluso de denunciar las injurias o daños que otros le propinaban. El patriarcalismo le impuso guardar silencio aún ante los más desgarradores abusos, tales como la violación ejercida por el padre, por un tío, un hermano, o cualquier otro miembro de la familia, la violencia sufrida a manos del cónyuge, una violación múltiple, un chantaje sexual, etc. El silencio era parte del ritual de aceptación de la inferioridad y del sometimiento.
Y si se reprimía la voz de las mujeres, aunque en la privacidad del hogar fuesen, en ocasiones, consultadas, se reprimió con mayor fuerza la posibilidad de que ellas aprendieran a leer o escribir, pues en el poder de la palabra, oral o escrita radicaba toda la supremacía de las sociedades patriarcales, que a través de las leyes y normas consuetudinarias consagró relaciones inequitativas de género entre hombres y mujeres, identificando la voluntad masculina de unos pocos como la voluntad absoluta de los pueblos y naciones. Y justificando ese poder por la voluntad de la divinidad: “Todo poder viene de dios”. Así lo masculino se convirtió en el polo dominante de la relación binaria: hombre-mujer, y todo lo femenino fue asimilado a la naturaleza, mientras lo masculino era identificado con la cultura. El hombre, número uno de esa oposición binaria, se relacionó con fortaleza, poder, creación, inteligencia, actividad, y la número dos: la mujer, con debilidad, dependencia, intuición, ternura, incapacidad de abstracción.
LAS MUJERES Y LA ORALIDAD
En el espacio público, en el ámbito del Estado, en lo social, en la iglesia o en la casa familiar, los varones tuvieron la preeminencia de la palabra. Erdwin Ardener explicó este fenómeno como parte de su teoría de "los grupos silenciados", que son la contraparte oprimida de los grupos socialmente dominantes. Estos últimos controlan los espacios y mecanismos de la comunicación y el lenguaje y obligan a los grupos subalternos a expresarse a través de los modos de expresión privilegiados por la estructura dominante. En ese grupo de silenciados siempre estuvo la mujer. Dentro de las estructuras lingüísticas desarrolladas por la sociedad androcéntrica, las mujeres no pueden expresar su propia visión del mundo. Su palabra es desvalorizada, deformada, silenciada.
Pero, ante la negación de la palabra escrita, ante la negación del derecho a opinar, la oralidad de la mujer asumió la fuerza telúrica de su interioridad insatisfecha. Su arma de resistencia pasó a ser su capacidad para escuchar y para contar; su increíble facilidad para describir, para manifestar con detalle todo lo que veía, para captar de manera intuitiva lo que estaba detrás de las gentes y de las apariencias.
Verena Aebischer lo ilustra con imágenes: “Sería imposible expresar mejor el hecho de que la palabra es una piel simbólica, un nexo entre el individuo y la comunidad: la palabra es siempre simiente de otra palabra. Los textos son prolijos, testimonios seguros de una excelencia narrativa, pero sobre todo, de una instancia de la palabra que gobierna el mundo. En efecto: la mujer tiene poderes desorbitados. Gula de la palabra: a la vez de la escucha de la palabra ajena y del ejercicio de la palabra propia. La palabra glotona es ante todo un oído glotón, empresa de concentración de los saberes de cada uno.”
El uso de la palabra convirtió a la mujer en un ser temido y, a la vez, vilipendiado. La tradicional costumbre de las mujeres a comentar entre ellas lo que pasaba en el trasfondo de la vida familiar y conyugal, fue reprimida a través de largos siglos, pero ello no logró que la oralidad de la mujer disminuyera.
La estrategia inconsciente de resistencia de la mujer a sus grandes frustraciones, a su relegamiento, se realizaba a través de la conversación, convirtiéndose en una cadena interminable que llevaba y traía aquella información subrepticia, clandestina, que los hombres -seres respetables y respetados- no querían hacer pública. Sacaban a la luz las miserias más escondidas de aquellos que en las apariencias querían fungir de perfectos caballeros, de buenos esposos, de seres generosos, religiosos y humanos. Ella era hábil para entretejer los delicados hilos de una telaraña de palabras que llevan la ponzoña de su resentimiento y el desahogo de su dolor:
“Como un cazador emboscado, así acecha la mujer. Su estrategia es hábil, su palabra de miel seduce, la mujer embauca, el mal está hecho. He aquí desvelado el secreto. A partir de este momento, la coraza masculina es frágil: el secreto se convierte en palabra pública. Diabólicamente poseída por el deseo de captarlo todo, de almacenarlo todo, la mujer se revela incapaz de gestionar el saber conquistado, se despoja del mismo, lo divulga...”
La mujer no utiliza, pues, ese instrumento que le fue negado siempre, como posibilidad de equiparación social, como mecanismo de negociación, como un recurso de regateo, como estrategia de supervivencia. Sólo masculla, comenta en voz baja y su palabra viaja de mujer en mujer, de boca en boca y recorre el entorno y se convierte en una cierta venganza. Y aunque la hayan hecho callar una y mil veces, la palabra de la mujer está ahí, oculta, rastrera, clandestina, retadora y temible, aunque aún, hasta ahora, la manden a callar, la silencien a golpes o con el amedrentamiento soterrado de una mirada asesina o la descalifiquen, en el paroxismo de una agresión sicológica, con el gastado epíteto de ignorante o le espeten que habla más de la cuenta o le griten que, simplemente, está loca.
LAS MUJERES Y LA PALABRA ESCRITA
En el largo proceso histórico de segregación de la mujer del espacio público, en ese prolongado confinamiento entre los barrotes de lo cotidiano, ella fue impedida, de acceder a la educación, de participar del acto fundamental del aprendizaje: la lectura y la escritura. Apenas unas pocas familias ilustradas de la colonia, disfrutaron de preceptores privados que les enseñaban en sus propios hogares, razón por la cual fueron tan pocas las mujeres que, en la época colonial, se atrevieron a escribir. La mayoría de quienes tuvieron acceso al aprendizaje lo utilizaron para escribir cartas personales, pues los documentos públicos, como las demandas, juicios, testamentos y otros, eran redactados y escritos por notarios, que utilizaban fórmulas rigurosamente establecidas en el léxico administrativo y legal.
Un primer aprendizaje importante para aprender a escribir es aprender a leer y además tener acceso a buenas lecturas. En la sociedad colonial eran muy pocas las mujeres que podían acceder a ese aprendizaje y peor aún las que podían tener acceso a una buena literatura. Los libros entraban a nuestras colonias después de un largo y complejo proceso de selección que el Estado y la Iglesia hacían para permitir su ingreso. La Inquisición tuvo un papel preponderante en la persecución de los libros prohibidos por la Iglesia y de sus distribuidores y lectores y sabemos que las mujeres no estuvieron exentas de esta persecución.
Es importante señalar aquí, cómo en las listas de personas denunciadas a la Inquisición por leer libros prohibidos, encontramos varias mujeres. Esto muestra que hubo una actividad subrepticia de mujeres ilustradas que leían obras prohibidas por la Iglesia, en un afán de aprehender nuevas ideas, y en ejercicio de una libertad de la que no disponían legalmente, lo que constituye también un indicativo de que tenían una actitud crítica frente a la Iglesia, pues arriesgaban su propia vida y sus bienes al tener acceso a dichas lecturas.
Algunas de esas mujeres denunciadas en el virreinato del Perú fueron: Faustina Velarde por ser crítica de la religión (1811); Josefa Sarmiento, por críticas a los sacerdotes (1817). Otras mujeres que mencionamos a continuación, señoras de destacadas familias, fueron denunciadas por haber leído las cartas de Eloisa y Abelardo, "El Arte de Amar" de Ovidio, el Sofhá de Crebillon, etc. Son ellas: Isabel de Orbea, literata limeña, (1790); la condesa de Fuente-González, denunciada por su propio médico (1790); Mercedes, la Comediante, la baronesa de Nordenflicht y María Dolores Blanco (1803); Mariana de Orbegozo, María Candelaria Palomeque, Mercedes Arnao, (1807); Rosa Román de Carcelén, Rosa Cortés de Mendiburu, Rosa Morales (1809), Carmen Oruna de 24 años, (1817); Ana Daza, del Alto Perú (1818); la marquesa de Castrillón (1819), Lucía Delgado (1820).
La mayoría de las mujeres que dejaron escritos, en aquella época, se dedicaron al género de la literatura mística, generalmente, aconsejadas por sus curas confesores, pues en el fondo se trataba de una empresa publicitaria muy bien montada por la iglesia, en la que aprovechaban la fuerza y la pasión de algunas mujeres que descargaban en la fe y en la religiosidad todas las energías del espíritu.
Este tipo de literatura limitaba la verdadera expresión de las mujeres y las reducía a hablar de sentimientos y emociones provocados por el misticismo e influenciados por la fanática y estrecha educación religiosa, además de pasar por la censura del director espiritual y de algunos otros miembros de la comunidad religiosa. Sin embargo, al leer con detenimiento las descripciones que nos hacen del amor a Cristo o de las visiones celestiales o de sus convicciones religiosas, descubrimos una fuerza pasional tan intensa como la intensidad misma de la represión de su afectividad, de su sensualidad y de su sexualidad. De tal forma que podemos asegurar que las mujeres, a través de la literatura mística pudieron desfogar toda la fuerza de su pasión amorosa retenida, enmascarándola en el éxtasis de la religiosidad.
Escuchemos, por ejemplo, a Santa Teresa de Jesús, refiriéndose al amor a Dios que debe sentir una religiosa:
"Pues vengamos con el Espíritu Santo, a hablar de estas moradas, adonde el alma ya queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que puede, conforme a su estado, que la puede estorbar de esta soledad. Está tan esculpida en el alma aquella vista que, todo su deseo es tornarla a gozar. ...Ya el alma bien determinada queda a no tomar otro esposo; más el Esposo no mira a los grandes deseos que tiene de que se haga ya el desposorio, que aún quiere que lo desee más y que le cueste algo, bien que es el mayor de los bienes." Y continúa: "Y así veréis lo que hace Su Majestad para concluir este desposorio, que entiendo yo debe ser cuando da arrobamientos que la sacan de sus sentidos: porque si estando en ellos se viese tan cerca de esta gran Majestad, no era posible por ventura, quedar con vida. Entiéndese arrobamientos que lo sean y no flaquezas de mujer, por acá tenemos, que todo nos parece arrobamiento y éxtasis."
Otro escrito más modesto de Sor Catalina de Jesús María Herrera, monja dominica de la Audiencia de Quito, quien dejó también algunos escritos, entre ellos su autobiografía y algunos poemas, nos dan índices de la fuerza de estos sentimientos amorosos y evidentemente eróticos, que se catapultan camuflados a través de la literatura religiosa:
Adorada Hostia divina.
nieve ardiente en tal Deidad, deja, deja que obsequiosa
te sacrifique amorosa alma, vida y libertad.
Fulmina en mi pecho el fuego para amar tu gran Deidad.
Cese, cese tanta injuria que mi alma te presiona
con tanta culpa mortal.
El corazón tengo herido de una gran inflamación
Cierto que no se por qué se ha esmerado mi Señor.
A su amante dueño que ausente le ve
pensando que sola esta a su querer.
En la soledad busqué a mi querido
y lo divisé allá muy metido
por unos resquicios hacia lo escondido
donde los amantes viven más unidos
con estrechos lazos en vínculo unidos.
Yo me penetré hasta verme en su propio nido.
"Oh, amor! Que tirano te has mostrado en este grado,
donde padece el alma sin cesar un vivo incendio,
sin dejar un instante de penar en un tormento,
que la quema, la abrasa aqueste fuego
que amor tirano le causó en el pecho.
Una de las constataciones de estas lecturas que permiten los textos escritos por mujeres religiosas es la forma no voluntaria en que asumieron la tarea de escribir. Todas lo hicieron como un mandato, casi como una obligación impuesta por sus curas confesores. Así, encontramos que, Santa Teresa de Jesús empieza el prólogo de su libro "Las moradas del castillo interior", con una frase que la coloca a la defensiva de quienes, seguramente, podrían criticarla:
"Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración: lo uno porque no me parece me da el Señor espíritu para hacerlo, ni deseo; lo otro por tener la cabeza tres meses ha con un ruido y flaqueza tan grande, que aún los negocios forzosos escribo con pena".
Y más adelante ratifica con la misma vehemencia la difícil situación en la que se halla al tener que escribir sobre temas religiosos que ella considera destinados a personas doctas y sobre los cuales se considera impreparada:
"Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas que me han mandado escribir, antes temo que han de ser casi todas las mismas, porque así como los pájaros que enseñan a hablar no saben más de lo que les muestran u oyen, y esto repiten muchas veces, como yo al pie de la letra. ...Y así comienzo a cumplir hoy, día de la Santísima Trinidad, año de MDLXXVII, en este monasterio de San Josef del Carmen en Toledo, adonde al presente estoy, sujetándome en todo lo que dijere a el parecer de quien lo manda escribir, que son personas de grandes letras" Las personas a las que se refiere en el texto eran sus confesores el padre Jerónimo Ceracián y el padre Velázquez.
De igual modo, la monja quiteña Sor Catalina de Jesús María Herrera también escribió una autobiografía y varios poemas. Ella había leído los escritos de Santa Teresa y al decir del padre José María Vargas: "Uno de sus confesores, conocedor de la vida extraordinaria de su dirigida, le ordenó que escribiese su autobiografía. A pesar de su repugnancia y en aras de la obediencia, escribió la primera vez en 1747 cuando era maestra de novicias."
LAS CONCEPCIONES DE GÉNERO TRAVES DE LA LITERATURA
Partiendo de los ancestrales prejuicios que la Iglesia manejaba respecto de la mujer y que propagandizaba día a día, a través de sus “pastores”, en la cotidiana misa y en los demás servicios religiosos, en la enseñanza de la catequesis y en la escuela, podemos definir un estereotipo de mujer que reuniría las siguientes “cualidades femeninas”: ser sumisa, obediente, callada, diligente; combatir su curiosidad natural, que la podía conducir al pecado. Debía estar siempre ocupada en labores manuales y domésticas, porque el ocio la podía conducir a pensamientos y deseos pecaminosos. Tenía que ser comprensiva y tolerar las infidelidades de su marido, prerrogativa solo del hombre. Pero su cualidad más importante era la de ser virgen, cualidad física, que ella debía cuidar, por sobre todas las cosas, pues era el objeto más preciado para el hombre y su credencial para un buen matrimonio.
Tres opciones concretas tenía la mujer en la colonia, ser madre, ser monja o ser libertina. La mujer soltera no tenía un espacio propio ni independiente. Solo podía sobrevivir dependiendo de la casa familiar hasta su muerte, convirtiéndose en la servidora abnegada de otros miembros de la familia o recluyéndose en un convento.
La literatura nos facilita una de las pocas fuentes existentes para asomarnos a las concepciones, que sobre la mujer, se tenían en aquella época. Un romance tradicional que llegó de España a América y se difundió por estas tierras es fiel reflejo de aquellas concepciones:
Me dio el amor cierto indicio, con ello me dio a entender
bonito es tener mujer, siendo la mujer de juicio.
De juicio quiere decir que sea la mujer discreta,
con condición y que sepa de un yerro se corregir;
porque la mujer se entrega sin luz y sin fundamento;
desto fue lo que en un tiempo “me dio el amor cierto indicio”.
... Aunque entender es bastante si la mujer es traidora,
y si es escamisadora, ni el demonio que la aguante;
hay que verla bien vestía y aguantarle picardía,
y hay que darle de comer, y con todo eso hay quien diga:
“bonito es tener mujer”.
Querer mujer con esmero, yo a ninguno le aconsejo,
pero sí yo le diría no le deje ni pellejo
a punta de darle cuero, y si hubiera un majadero
que no tuviere que hacer y se ponga a mantener
esa prenda sin valor
yo le aconsejo muy bien no la deje sin oficio:
bonito es tener mujer “siendo la mujer de juicio”.
Como lo expresa el poema, están requeridas aquí algunas de las cualidades exigidas a la mujer: “ser discreta”, que en el lenguaje cifrado, quería decir más: ser silenciosa, mantenerse callada, no opinar, no discutir. “Con condición de que sepa de un yerro se corregir”, que suena más a asumir una postura de menor de edad, que se reconoce inferior e ignorante.
Redondea la imagen de una buena mujer “no ser traidora ni escamisadora”, pues son dos defectos femeninos específicos dentro de la ideología patriarcal, el primero de los cuales se combate con la fidelidad y el servilismo a ultranza y, el segundo, con el ahorro y el sacrificio. El hombre se quejaba de mantener económicamente a la mujer, sin caer en cuenta que era la sociedad la que negaba a las mujeres de las clases terratenientes el derecho al trabajo remunerado y que había consagrado la obligación de que el esposo asumiera la manutención de su mujer y su familia. Otro mensaje implícito es el de que la mujer no debe ser apasionada ni sincera, para no caer en la situación que ilustra el poema: “la mujer se entrega sin luz y sin fundamento”. Se habla también de los derechos absolutos que tenía el cónyuge sobre su esposa y su prole. Uno de aquellos derechos consistía en reprender o castigar a la mujer como a uno más de sus hijos, cosa que era bastante común en la sociedad colonial. De padres a hijos se enseñaba la importancia del castigo a la mujer para impedir su insubordinación.
Una mujer no debía mostrar inteligencia, porque corría el peligro de no casarse, ya que a ningún hombre le gustaban las mujeres “sabidas” y preferían las ingenuas e inocentes. La esposa debía aprender a aceptar, de boca para afuera, todo lo que dijese y ordenase su marido. Con el tiempo, aprendería el sutil sistema de decir que si, mientras hacía lo contrario. Otro comportamiento patriarcal de las mujeres fue el de establecer vínculos amorosos muy estrechos con los hijos y dejar al esposo la tarea de reprenderlos y castigarlos, pues esto afianzaba la imagen todopoderosa del pater familias. Este amor maternal era -en la mayoría de las madres- enfermizo, por la exagerada posesividad y sobre-protección que ellas ejercían sobre sus hijos, convirtiéndolos, las más de las veces, en seres inseguros, irresponsables y dependientes, aunque tampoco faltaron las madres que volcaron en sus hijos el ansia de trascender, tratando de superar sus propias limitaciones y se convirtieron en las forjadoras de los grandes hombres.
Como a las mujeres les estaba negada la instrucción, la lectura, el acceso a las ciencias, desarrollaron lo único que tenían a su alcance: la intuición. Por esta razón siempre fueron tildadas de “extrañas”, de tener tendencias a lo sobrenatural, a lo esotérico, a lo sensible, a lo empírico, cuando no de ser brujas. Ciertamente, esta capacidad de percepción natural de las mujeres les permitió sobrevivir en una sociedad tan poco equilibrada y en medio de una represión tan aguda como la que debieron soportar, represión que tuvo la finalidad de impedir que la mujer asumiera una identidad propia y una participación activa en la sociedad, en términos de igualdad, y que contribuyó a que la mujer interiorizase un profundo sentimiento de inferioridad, asumido y aceptado mayoritariamente como parte de una fatalidad biológica.
Un poema escrito por Pedro Felipe Valencia (1774-1816), prócer y mártir de la independencia colombiana, y dirigido a una dama santafereña, muestra que, entonces, ya había expectativas de cambio con relación a la situación de las mujeres e ironiza esos anhelos:
REDONDILLAS
Me han dicho, bella Marciana, que casi has perdido el seso
porque dije en un impreso: la mujer no es ciudadana.
Si me aborreces de muerte porque te quité ese nombre,
con los derechos del hombre voy ahora a satisfacerte.
Se requiere voz activa para cualquier asamblea,
y Amor ordenó que sea la mujer siempre pasiva.
Los ciudadanos suspiran solo por la libertad:
tú robas la libertad de todos los que te miran.
Ni conoces la igualdad cuando un hombre se te humilla,
y te dobla la rodilla como a una divinidad.
Cierto es que eres elegible y que muchos te eligieran,
si con certeza supieran hallar tu pecho sensible.
Mas también es fuerza elija tu voz en el tropel vario
un público funcionario que te ampare y que te rija.
...No eres libre, y aun por eso haces que uno se reporte
presentándote la corte sin pronunciarse el congreso.
...Sepan las bellas mujeres, de este país ornamento,
que la igualdad es un cuento en el reino de Citeres.
...El republicano anhelo es ser, como el aire, exento
de extranjero mandamiento o de opresión en su suelo.
...Así, pues, preciosos seres,dejad cualidades vanas,
y sed nuestras soberanas, ciudadanas de Citeres.
En este poema están pintadas con trazos nítidos las concepciones coloniales sobre las mujeres. Como puede desprenderse de la simple lectura del poema, se señalan las supuestas características de las mujeres, que en realidad son efectos de la represiva ideología impuesta sobre ellas: ser pasivas y posesivas, estar dominadas más por el corazón que por el cerebro, ser criaturas decorativas, etc.
Finalmente, el autor califica como “cualidades vanas”, los anhelos de las mujeres de sacudirse de su estado de minusvalía social, haciéndolos aparecer como contrarios a la lucha contra la opresión. Algo parecido a lo que ocurrió siempre en todos los procesos revolucionarios, cuando se aceptó la lucha y el sacrificio de las mujeres, pero solo hasta el momento en que ellas demandaban reivindicaciones como género, entonces se las obligaba a volver a sus tareas de siempre, las que “la divinidad” había determinado desde el principio de los tiempos. Un ejemplo de ello fue lo que ocurrió con Olimpes de Gouges, revolucionaria y luchadora incansable por los Derechos de las Mujeres, que fue guillotinada por sus propios compañeros, en medio de la Revolución francesa, acusada de haber olvidado sus deberes como mujer.
Pero la larga noche medieval y colonial dio paso a un nuevo día y las mujeres de todos los rincones empezaron a luchar por acceder a la palabra oral, a la palabra escrita y aunque eso les causó dolores, soledad, repudio, señalamiento, exclusión, la palabra de las mujeres no ha dejado de crecer y empieza a recorrer el mundo, a dejarse escuchar en foros y reuniones, en el ámbito público y en el privado, en las editoriales y en las nuevas trincheras de la tecnología virtual, para lanzar al mundo su grito de dignidad que señala que estamos aquí, recuperando nuestra historia, recuperando nuestros saberes, recuperando nuestro espacio vital como artífices y creadoras, como pensadoras y soñadoras, como luchadoras de todas las épocas, de todas las batallas, como sobrevivientes de todas las persecuciones, postergaciones, infamias.
miércoles, 19 de marzo de 2008
A UN PAIS LLAMADO COLOMBIA
A UN PAÍS LLAMADO COLOMBIA
a la matria adoptiva.
JENNY LONDOÑO LÓPEZ
Este país que algunos llaman patria
Y otros lo ven como el lunar del mundo
supura muerte por sus cuatro costados,
pero derrama vida por todos sus rincones.
Este país ardiente, de pasiones volcánicas
Me duele en las costillas, en las ingles,
en el vientre bordado de famélicos signos,
en el pecho me duele con un dolor de siglos.
Tanto verde en sus valles, esmeraldas absortas
Tanto trino en sus pájaros, nostalgias fugitivas,
Tanta agua en sus entrañas, vertientes generosas,
rubíes incansables cantándole a la vida.
Hombres que no pudieron avistar las estrellas
la han cortado de tajo, con puñales siniestros,
cercenaron sus pechos de miel y de alabastro
la empaparon de pólvora y de sangre inocente.
Hombres que no tuvieron un cálido regazo,
le amputaron las piernas, le rompieron los brazos,
Hombres que nunca vieron un crepúsculo ardiente,
tomados de la mano de su amante,
quieren romper el sueño del Bolívar viviente.
Pero, en cada batalla que dio la muerte
hubo un pueblo gigante que no ha parado
de enarbolar el ristre de su sonrisa,
para bailar al ritmo de un vallenato.
Un pueblo que en cada cumbre grita su canto,
derramado en estrellas y fantasías
porque la patria herida duele en la médula
como largos puñales en el quebranto.
Hay una patria llena de cicatrices,
con jirones flotantes, venas abiertas
tierra dulce, de espigas y plenilunios,
que no calla sus voces ni con la muerte.
Madres de seda y roca que se resisten
a silenciar el grito de la esperanza,
manos como palomas que serpentean
para impedir el golpe de una derrota.
a la matria adoptiva.
JENNY LONDOÑO LÓPEZ
Este país que algunos llaman patria
Y otros lo ven como el lunar del mundo
supura muerte por sus cuatro costados,
pero derrama vida por todos sus rincones.
Este país ardiente, de pasiones volcánicas
Me duele en las costillas, en las ingles,
en el vientre bordado de famélicos signos,
en el pecho me duele con un dolor de siglos.
Tanto verde en sus valles, esmeraldas absortas
Tanto trino en sus pájaros, nostalgias fugitivas,
Tanta agua en sus entrañas, vertientes generosas,
rubíes incansables cantándole a la vida.
Hombres que no pudieron avistar las estrellas
la han cortado de tajo, con puñales siniestros,
cercenaron sus pechos de miel y de alabastro
la empaparon de pólvora y de sangre inocente.
Hombres que no tuvieron un cálido regazo,
le amputaron las piernas, le rompieron los brazos,
Hombres que nunca vieron un crepúsculo ardiente,
tomados de la mano de su amante,
quieren romper el sueño del Bolívar viviente.
Pero, en cada batalla que dio la muerte
hubo un pueblo gigante que no ha parado
de enarbolar el ristre de su sonrisa,
para bailar al ritmo de un vallenato.
Un pueblo que en cada cumbre grita su canto,
derramado en estrellas y fantasías
porque la patria herida duele en la médula
como largos puñales en el quebranto.
Hay una patria llena de cicatrices,
con jirones flotantes, venas abiertas
tierra dulce, de espigas y plenilunios,
que no calla sus voces ni con la muerte.
Madres de seda y roca que se resisten
a silenciar el grito de la esperanza,
manos como palomas que serpentean
para impedir el golpe de una derrota.
Poemas para Colombia, por la paz.
Un poeta colombiano escribe un hermoso poema alusivo a los últimos conflictos de Colombia con Ecuador y con Venezuela:
Ojala nos invadan
Y ahora qué más da;
si nos hemos quedado solos,
que nos invadan sería lo mejor.
Sería una bendición para nuestra tierra
que rodeen nuestras fronteras
y que nos invadan nuestros
hermanos latinoamericanos.
Que nos invadan los ecuatorianos,
tal vez así volvamos a tener
de tierno maíz el corazón que perdimos.
¡Que nos invadan los cubanos!
Para que nuestros niños
se eduquen gratuitamente
y no mueran en las puertas
de los hospitales privados.
Que venga lo mejor de nuestra América.
Que venga un contingente
de garotas brasileras
que nos hagan el amor hasta
perder la leve fuerza que se necesita
para apretar un gatillo.
Sería lo mejor para Colombia
una invasión brasilera a gran escala;
De pronto así, algún día,
ganemos un mundial de fútbol.
Necesitamos urgentemente
una invasión venezolana,
para volver a decir
las cosas con claridad,
con franqueza, sin santaderismos,
con elocuencia bolivariana.
Se requiere con urgencia
una invasión boliviana,
que nos quite esa vergüenza
de ser indios; esa vergüenza,
que nos condena eternamente
al peor de los subdesarrollos.
Reclamo con ansias la invasión
de tropas de piqueteros argentinos,
de madres y abuelas de plaza,
que nos cuenten historias
en donde podamos reconocer
en nuestras propias historias.
Que vengan tropas españolas y chilenas,
a contarnos como se pudre el corazón
de una patria fascista.
Vengan los uruguayos con sus mates amargos
a contarnos la milonga dulzona y triste
de sus desaparecidos.
Que vengan todos los hermanos
del mundo a esta tierra olvidada
a hacernos entender que nuestro
país no es el mejor país del mundo,
porque es una patria injusta.
Que Colombia es pasión...
y muerte.
Ojala nos invadan la batucada festiva
que acabe con nuestro luto,
que acabe con este silencio que aturde.
Estamos solos, a la derecha del mapa.
Sólo nos acompaña nuestro buen amigo
el que invadió el país de las mil y una noches.
Lizardo Carvajal
Canta autor Colombiano
Ver su sitio web: http://www.lizardocarvajal.com /blog/
Ojala nos invadan
Y ahora qué más da;
si nos hemos quedado solos,
que nos invadan sería lo mejor.
Sería una bendición para nuestra tierra
que rodeen nuestras fronteras
y que nos invadan nuestros
hermanos latinoamericanos.
Que nos invadan los ecuatorianos,
tal vez así volvamos a tener
de tierno maíz el corazón que perdimos.
¡Que nos invadan los cubanos!
Para que nuestros niños
se eduquen gratuitamente
y no mueran en las puertas
de los hospitales privados.
Que venga lo mejor de nuestra América.
Que venga un contingente
de garotas brasileras
que nos hagan el amor hasta
perder la leve fuerza que se necesita
para apretar un gatillo.
Sería lo mejor para Colombia
una invasión brasilera a gran escala;
De pronto así, algún día,
ganemos un mundial de fútbol.
Necesitamos urgentemente
una invasión venezolana,
para volver a decir
las cosas con claridad,
con franqueza, sin santaderismos,
con elocuencia bolivariana.
Se requiere con urgencia
una invasión boliviana,
que nos quite esa vergüenza
de ser indios; esa vergüenza,
que nos condena eternamente
al peor de los subdesarrollos.
Reclamo con ansias la invasión
de tropas de piqueteros argentinos,
de madres y abuelas de plaza,
que nos cuenten historias
en donde podamos reconocer
en nuestras propias historias.
Que vengan tropas españolas y chilenas,
a contarnos como se pudre el corazón
de una patria fascista.
Vengan los uruguayos con sus mates amargos
a contarnos la milonga dulzona y triste
de sus desaparecidos.
Que vengan todos los hermanos
del mundo a esta tierra olvidada
a hacernos entender que nuestro
país no es el mejor país del mundo,
porque es una patria injusta.
Que Colombia es pasión...
y muerte.
Ojala nos invadan la batucada festiva
que acabe con nuestro luto,
que acabe con este silencio que aturde.
Estamos solos, a la derecha del mapa.
Sólo nos acompaña nuestro buen amigo
el que invadió el país de las mil y una noches.
Lizardo Carvajal
Canta autor Colombiano
Ver su sitio web: http://www.lizardocarvajal.com /blog/
martes, 28 de agosto de 2007
MUJERES Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA
BREVE RESEÑA DE LA HISTORIA DE LUCHA POR LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA DE LAS MUJERES.
La lucha por los derechos políticos de las mujeres en el mundo, ha sido larga y compleja, abarca varios siglos, en los que las mujeres construyeron un espacio de participación no solo con ideas, sudor y lágrimas, sino incluso con la vida, como fue el caso destacado de Olimpe de Gouges, revolucionaria activa de la Revolución Francesa que escribió los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en 1791, y exigió que sus compañeros revolucionarios los incluyeran en los derechos del ciudadano, audacia por la cual fue guillotinada dos años después, por sus compañeros que la acusaron de "haber abandonado las virtudes propias de su sexo".
Las mujeres inglesas pusieron también su cuota de lucha y, en 1792, Mary Wollstonecraft escribió "La reivindicación de los derechos de la Mujer". Las sufragistas incendiaron casas, asaltaron a miembros del Parlamento, colocaron bombas, desarticularon comunicaciones y no dieron su brazo a torcer a pesar de las múltiples entradas a la cárcel, en donde realizaron huelgas de hambre. Ghandi aprendió de ellas los métodos de la desobediencia civil.
En 1833, en Filadelfia, EEUU, las mujeres ilustradas luchaban por la erradicación de la esclavitud, siendo rechazadas por los terratenientes y la iglesia conservadora, así descubrieron su propia discriminación y terminaron defendiendo sus derechos civiles y políticos. En 1848, se realizó la primera convención de los Derechos de la Mujer en Séneca Falls, Nueva York, Pero solo, en 1920, pudieron votar las mujeres estadounidenses. Y podríamos enunciar una lista interminable de luchadoras en diversos países, por los derechos políticos y económicos como Flora Tristán, Louise Michel (la virgen Roja), Alejandra Kollontay, Clara Zetkin, Inesa Armand, Rosa Luxemburgo, y muchas otras, que todavía no aparecen en la historiografìa.
En Ecuador, tenemos también a varias pioneras de la participación política: Marieta de Veintimilla, más conocida como la generalita, por su participación en la defensa de la dictadura de su tío, llegó a ser una importante ensayista y la primera que escribió un estudio sociológico sobre el Ecuador, además de otros escritos que la revelan como una mujer de gran agudeza política, que en aquella época rechazaba el fanatismo religioso imperante.
Corría el año de 1883 cuando doña Joaquina Galarza, pequeña propietaria, vendía su casa en Guaranda para apoyar a un grupo de jóvenes insurgentes, entre los que estaban varios miembros de su familia, contra la dictadura de Veintimilla. Un grupo de cinco valientes mujeres bolivarenses: Joaquina Galarza, Felicia Solano de Vizuete, Leticia Montenegro de Durango, Dolores Vela y Tránsito Villagómez declararon defenestrado a Veintimilla y designaron a Eloy Alfaro nuevo Jefe de la República.
El 17 de abril, se produce el combate de San Miguel, entre los reivindicadores del honor nacional y las fuerzas conservadoras gubernamentales y allí está doña Joaquina apoyando a su brigada liberal de jóvenes. Las cinco bolivarenses ya mencionadas donan sus bienes para apoyar la lucha de Alfaro y se convierten en fieles propagandistas y multiplicadoras de la Revolución liberal. Por ello son satanizadas y excomulgadas por la Iglesia Católica.
La riosence Matilde Gamarra, conocida afectuosamente como la “ñata Hidalgo”, esposa, hermana y madre de destacados revolucionarios de la época de las montoneras liberales, en su doble condición de propietaria y mujer de ideas avanzadas, apoyó con personal y recursos económicos a Eloy Alfaro, en sus diversas campañas por la libertad. La casa de María Gamarra, fue el centro de las conspiraciones liberales en Guayaquil. Ayudó a la Revolución con su dinero, pero también con una inusual habilidad política que le hacía granjearse la confianza de los de arriba y de los de abajo.
De similar tipo fue la participación de las manabitas Filomena Chávez y Sofía Moreira de Sabando, pequeñas propietarias campesinas del norte de Manabí, quienes se pusieron al frente de sus familiares y trabajadores para constituir una montonera alfarista de gran combatividad. Como resultado de ello, Filomena fue ascendida por Alfaro al grado de Sargento Mayor y más tarde al de Coronela efectiva del ejército nacional, grado con el que se retiró luego a la vida civil. Años más tarde, durante la amenaza de invasión peruana de 1910, Filomena organizó nuevamente un batallón de macheteros y marchó con él a la frontera.
Otra destacada luchadora liberal fue la esmeraldeña Delfina Torres de Concha. “Se cree que fueron estas mujeres, las montoneras, las que presionaron a Alfaro para que en el texto de la Constitución de 1897 se suprimiera el término de varón al hablarse de ciudadanía.” Este texto permitió a Matilde Hidalgo Navarro exigir el derecho al voto.
Como producto de la transformación liberal, surgen nuevas mujeres que lucharán por la participación política. A Matilde Hidalgo Navarro, se la considera precursora de la consecución del voto de las mujeres ecuatorianas. Lojana, nacida en 1889, séptima hija de una familia liberal, comandada por doña Carmen Navarro del Castillo, una viuda que se dedicó a la costura, una de las pocas profesiones permitidas en ese entonces a las mujeres para sacar adelante a sus hijos. Matilde protagoniza una hermosa historia de tenacidad al luchar sin cuartel para poder estudiar el bachillerato no permitido a las mujeres, y la carrera de medicina que tuvo que realizar en dos partes y en dos universidades, en Cuenca y Quito, venciendo las duras discriminaciones de la época.
En 1924, se impone un nuevo reto: votar, y una vez más se encuentra en el ojo de la tormenta. Vuelve a ser la comidilla de los chismes, de los ataques, de la descalificación, pero ella se sobrepone, ha aprendido bastante acerca de la fragilidad de los seres humanos y sabe que en algún momento verá cumplidos sus sueños.
Para 1928, este voto es ratificado oficialmente por el Presidente Isidro Ayora, quien envía la Ley a la Asamblea Constituyente y en 1929, el Ecuador pasa a ser uno de los primeros países de Latinoamérica en otorgar el voto a las mujeres.
Sin embargo, ese derecho era opcional y, solo regía para mujeres letradas, por ello, fueron muy pocas las que lo ejercieron, y no se convirtió en obligatorio sino hasta 1978, en que se fija la edad de 18 años como el límite inicial para el ejercicio de este derecho, que incluyó también a la población analfabeta, derrumbando así una de las fronteras de la discriminación genérica y cultural más hondamente arraigadas en nuestro país. A partir de allí, el derecho de sufragio empezó a ser ejercido por las mujeres, no así el otro derecho consustancial, el de las mujeres a ser elegidas, que no se cumplía con equidad.
A pesar de ello, Matilde será Concejala principal de Machala. Directora de los centros de salud, Primera Diputada principal por la Provincia de Loja al Congreso Nacional (1941), pero el Frente político le robó la principalía. Así será primera Congresista del Ecuador, elegida por votación popular, pero ejercerá como suplente.
Por influencia de las nuevas ideas liberales, se desarrolla un grupo muy interesante de mujeres, fundamentalmente educadoras, que abrirán caminos para mejorar las condiciones de vida de sus congéneres y del país: Este es un momento fundacional de la ciudadanía femenina. Así tenemos a Rita Lecumberri Robles (poeta guayaquileña), Lucinda Toledo (quiteña), Mercedes Elena Noboa Saá (quiteña) y María Luisa Cevallos (primeras egresadas del Normal de señoritas que inauguró Alfaro en 1901). Dolores J. Torres (cuencana) quien fundó una escuela en su casa y formó la Liga de maestros del Azuay (1922).
Otras, impulsarán el periodismo y nuevas visiones acerca de los roles femeninos: Zoila Ugarte de Landívar (machaleña) y Rosaura Emelia Galarza Heyman (guarandeña) serán las pioneras del feminismo temprano de principios del s. XX. Zoila, escritora y bibliotecaria, es crítica e incisiva con la prepotencia de los gobiernos, funda la Revista "la Mujer" (1905), en donde se declara feminista y denuncia la discriminación y marginación de las mujeres de su época. Rosaura ejerce la docencia en Guayaquil, funda la revista Ondina del Guayas (1907-10), en Quito, en 1917, funda la revista Flora que dura dos años, en los que se editan 12 números, es la más importante revista feminista de la época. También escribió varios libros sobre la educación de la mujer.
María Angélica Idrobo, nace en San Pablo del Lago (Imbabura). Alfaro le concede una beca por su inteligencia, para la escuela normal Manuela Cañizares y esto determina una persecución de la Iglesia que la obliga a viajar con su familia a Quito, donde conoce a Zoila Ugarte y se convierte al feminismo y fundan la "Sociedad Feminista Luz de Pichincha", posteriormente forman el grupo "Alas" que publica una revista con el mismo nombre. Funda el Liceo de Señoritas Simón Bolívar.
En Guayaquil (1918), María de Allieri y Clara Potes de Freile crean el Centro "Aurora" y producen una publicación pionera: "La Mujer Ecuatoriana". Surgen al mismo tiempo organizaciones que persiguen reivindicaciones laborales para la mujer obrera, muchas mujeres se integran a los nuevos partidos comunista y socialista y otras empiezan a formarse en la universidad.
En la década de los 30 se destaca Nela Martínez, (nacida en 1912) quien llegó a ser miembro del Comité Ejecutivo y del Comité Central del Partido Comunista, del Buró de Alianza Democrática Nacional, que reunió a los partidos que derrocaron el gobierno de Arroyo del Río, el 28 de mayo de 1844. Nela Martínez asumió el Ministerio de Gobierno por tres días hasta la llegada del Dr. José María Velasco Ibarra al poder y, habiendo entrado como diputada suplente, fue principalizada por algún tiempo, en el congreso Extraordinario de 1945 como representante de la clase trabajadora. Es considerada, pues, la primera diputada principal del Ecuador.
En este mismo período encontramos a otras destacadas luchadoras sociales como Hipatia Cárdenas, Luisa Gómez de la Torre, Raquel Verdesoto, Virginia Larenas, en Quito y Ana Moreno, Isabel Herrería, Corina Hidalgo, Alba Calderón entre muchas otras en Guayaquil. Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña serían las promotoras y dirigentas de la Primera Federación Ecuatoriana de Indios.
LAS MUJERES A PARTIR DE LA SEGUNDA DÉCADA DEL SIGLO XX
En las últimas décadas, el concepto de Democracia está muy ligado al de participación política y ha estado relacionado estrechamente con las formas en que las sociedades han desarrollado mecanismos de inclusión o exclusión de sus ciudadanos/as en el ejercicio de sus derechos. Y desde luego, el concepto de Democracia está hoy en día muy identificado con el concepto de género, en razón de que el Movimiento de Mujeres, desarrollado desde hace cuatro décadas, posicionó un debate público acerca de los contenidos reales y formales de la Democracia y una denuncia frontal de las prácticas consuetudinarias de exclusión de las mujeres de las instancias de decisión política, de planificación y dirección estatal, de los espacios de dirección en los partidos políticos, movimientos sociales y otras instancias del ámbito público y privado.
En Ecuador, la gran mayoría de los derechos políticos de las mujeres han sido conseguidos, a lo largo del siglo XX, y principios del XXI, aunque de manera incompleta. En 1929, el Ecuador fue el primer país de América Latina, en reconocer el derecho al sufragio femenino, y lo consiguió antes que otros países europeos como: España (1931), Francia e Italia (1945), China (1947), Canadá (1948), India (1949), Japón (1950), Méjico (1953), Egipto (1956) y Suiza (1971).
A pesar de ser pioneras en el voto, en Ecuador, todos los partidos políticos han sido dirigidos tradicionalmente por varones. En 1989, había una mujer entre 15 hombres directores de partidos. En 1996, dos mujeres lideraban los partidos de independientes que ayudaron a crear: Rosalía Arteaga por el MIRA y Monserrat Butiñá por el Mov. Fuerza Independentista Azuaya. En el 2006, se eligió a Guadalupe Larriva como presidenta del Partido Socialista, maestra y luchadora social, que como todos/as sabemos, fue también la primera Ministra de Defensa, cargo por demás efímero, debido a los errores cometidos por los militares que, produjeron la catástrofe aviatoria, en la que murió.
La primera vicepresidenta electa fue Rosalía Arteaga, por el PRE, partido de corte populista. Sin embargo, cuando le tocaba suceder a Abdalá Bucaram en la presidencia de la República, una trampa típica de la política patriarcal le impidió ocupar el sillón de Carondelet.
La primera y única presidenta del Congreso Nacional ha sido la Diputada socialcristiana, Susana González, combatida y destituida por su propio partido, 22 días después. La primera vicepresidenta del Congreso y luego primera Ministra de Relaciones Exteriores fue una destacada mujer y lideresa indígena; Nina Pacari.
La primera candidata a presidenta de la República fue Cyntia Viteri, por el PSC en las últimas elecciones y se rumoraba que mientras tanto su propio partido negociaba por debajo de cuerda un apoyo a Noboa.
"En la última década, la incorporación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida política del país ha sido significativa. De un 5.3 por ciento en 1998 pasó al 24.8 por ciento en 2000. Mientras el 13,2 por ciento de los miembros electos al Congreso en las elecciones de 1998 eran mujeres (16 de121 legisladores), este número aumentó a mas de 20 por ciento en 2000, cuando más mujeres suplentes llegaron a ser titulares, tanto con carácter permanente como esporádico. Además se debe destacar que en el período 1998-2000 una mujer indígena fue elegida vice-presidente del Congreso y en agosto de 2000, por un corto período, una mujer no indígena fue elegida presidente del Congreso Nacional. En las elecciones de 2002, 17 de los 100 sillones legislativos (17%) fueron ganados por mujeres, con 19 mujeres suplentes. Este avance en el nivel de la participación de la mujer en el Congreso obedeció, en parte, a tres reformas legales impulsadas por el movimiento de mujeres:
1. La Ley de Amparo Laboral de 1997 que estableció un cupo mínimo del 20 por ciento para la participación de las mujeres en las listas pluripersonales en las elecciones para diputados nacionales y provinciales que tuvo lugar el 30 de noviembre de 1998.
2. La Reforma Constitucional de 1998 que contempla la participación equitativa de hombres y mujeres en los procesos electorales (artículo 102).
3. La reforma a la Ley de Elecciones o Ley de Participación Política de 2000 que fijó cuotas en grados ascendentes del cinco por ciento en cada proceso electoral, a partir de un mínimo de 30 por ciento, hasta llegar a la representación equitativa del 50 por ciento.”
ALGUNOS IMPEDIMENTOS PARA EL EJERCICIO DEL DERECHO A LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA DE LAS MUJERES.
Uno de los más importantes impedimentos de las mujeres para el ejercicio de su derecho a la participación política ha sido la tradición cultural patriarcal cargada de prejuicios y discriminaciones sobre la condición femenina. Las clases dominantes y la sociedad en su conjunto han descalificado permanentemente a la mujer como sujeta política, relegándola siempre al ámbito de lo doméstico y privado. De igual modo, hasta hoy, en la mayoría de los hogares existe rechazo a la participación de las mujeres en un partido político o movimiento social, o como candidata a una designación pública. En la mayoría de los casos, la dependencia económica de la mujer, respecto del esposo o conviviente hacen imposible su participación política en el ámbito público.
La “Ley de Cuotas” conseguida con la movilización de las mujeres organizadas se aplicó desde el año 2000 con permanentes trampas del Tribunal Supremo Electoral, TSE, que en contubernio con los partidos políticos elaboraba reglamentos que burlaban el contenido de la Ley, impidiendo sistemáticamente la aplicación de la alternabilidad y secuencialidad y recién en las presentes inscripciones de los partidos y movimientos para las próximas elecciones a la Asamblea Constituyente hemos logrado que por primera vez se exija la presentación de listas con equidad numérica, alternabilidad y secuencialidad.
Una de las razones que se han esgrimido para impedirnos el ejercicio de este derecho es el de que las mujeres no estamos lo suficientemente preparadas para participar en las contiendas políticas. Sin embargo, en las últimas décadas, el nivel educativo de las mujeres avanzó considerablemente y en la actualidad, constituimos el 49% a nivel primario y el 50.1% a nivel medio, mientras que los hombres ocupan un 49.2%, en este nivel. Ha aumentado de manera considerable la demanda de matrícula en carreras universitarias y medias y en varias facultades la matrícula es paritaria y los profesores señalan que sus alumnas son mejores estudiantes que los varones.
Desde luego subsisten grandes problemas de discriminación en el campo educativo, en relación a los contenidos docentes que todavía reproducen las relaciones de inequidad económica, social y política de las mujeres y también se mantienen graves desigualdades regionales. Por ejemplo la brecha entre el campo y la ciudad es gigantesca y todavía un 23% de mujeres del campo son analfabetas, en relación a un 16% de hombres rurales.
Se han hecho esfuerzos desde el Estado y con la participación del Movimiento de Mujeres y ONG y para la constitución de una Red pro-equidad de género y el desarrollo de un programa de sensibilización sobre "Escuela y equidad de género" a los educadores del Plan Nacional de Capacitación sobre la Reforma Curricular (MEC). Ciertamente, en el ámbito de la educación universitaria y en el de la educación técnica, estos "esfuerzos todavía son aislados y de escaso impacto".
Un tercer aspecto, nos señala que, las mujeres tenemos miedo de participar en la política por múltiples razones: de un lado, el temor a la competencia brutal que imponen los varones desde una experiencia de vieja data, en la que se mezclan las ambiciones personales, las componendas y los arreglos no muy ortodoxos con los financiadores de las campañas. Un ejemplo fehaciente de estos arreglos incómodos y de graves consecuencias fue la graciosa y millonaria "donación" del banquero Aspiazu a la campaña de Jamil Mahuad, con los graves efectos que tuvo para su gobierno y para los ecuatorianos.
De otro lado, las mujeres hemos señalado el rechazo a la práctica de formas populistas del trabajo político, por parte de algunos partidos, que han desarrollado comportamientos viciados y no éticos en su militancia y en los posibles adherentes a las candidaturas, en el sentido de no privilegiar la formación ética, cívica y política para el libre y responsable ejercicio de la ciudadanía, sino que han creado sistemas de cacicazgo y compadrazgo para "amarrar" los votos de las personas, que por ofrecimientos mínimos y demagógicos apoyan a un candidato o a otro.
Las feministas que luchamos por incluir en la Constituyente de 1998, nuestros derechos específicos, hemos propugnado por una forma diferente de hacer política, basada en:
1) Transparencia en las negociaciones políticas, en donde predominen las decisiones tomadas por consenso entre militantes y adherentes;
2) Ética en las negociaciones de campaña, sin trampas posteriores para los electores;
3) La difusión permanente de logros y dificultades y trabajo mancomunado con los electores para el cumplimiento del plan de gobierno.
4) Rendición de cuentas y sanción, incluso con la destitución, en el caso de no haber cumplido con la transparencia y ética, requeridas, en las funciones asignadas.
5) Impulsar una visión que conlleve el enfoque y la perspectiva de género en todos los ámbitos de la vida pública y privada del país.
Falta un largo camino de cambios estructurales del Estado ecuatoriano, empezando por desechar el modelo neoliberal que tanto daño ha hecho a la mayoría de la población, recuperar nuestros recursos estratégicos, hacer reformas políticas al sistema de partidos, al Tribunal Supremo Electoral, al Tribunal Constitucional, al Congreso, a los organismos de control, transformaciones que esperamos realizar en la próxima Asamblea Constituyente, en la que ojalá podamos tener una alta participación de mujeres y hombres preparados/as y convencidos/as de los grandes cambios que requiere el Estado Ecuatoriano, cambios profundos que configuren un país nuevo, solidario, incluyente, equitativo, para todos y todas.
La lucha por los derechos políticos de las mujeres en el mundo, ha sido larga y compleja, abarca varios siglos, en los que las mujeres construyeron un espacio de participación no solo con ideas, sudor y lágrimas, sino incluso con la vida, como fue el caso destacado de Olimpe de Gouges, revolucionaria activa de la Revolución Francesa que escribió los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en 1791, y exigió que sus compañeros revolucionarios los incluyeran en los derechos del ciudadano, audacia por la cual fue guillotinada dos años después, por sus compañeros que la acusaron de "haber abandonado las virtudes propias de su sexo".
Las mujeres inglesas pusieron también su cuota de lucha y, en 1792, Mary Wollstonecraft escribió "La reivindicación de los derechos de la Mujer". Las sufragistas incendiaron casas, asaltaron a miembros del Parlamento, colocaron bombas, desarticularon comunicaciones y no dieron su brazo a torcer a pesar de las múltiples entradas a la cárcel, en donde realizaron huelgas de hambre. Ghandi aprendió de ellas los métodos de la desobediencia civil.
En 1833, en Filadelfia, EEUU, las mujeres ilustradas luchaban por la erradicación de la esclavitud, siendo rechazadas por los terratenientes y la iglesia conservadora, así descubrieron su propia discriminación y terminaron defendiendo sus derechos civiles y políticos. En 1848, se realizó la primera convención de los Derechos de la Mujer en Séneca Falls, Nueva York, Pero solo, en 1920, pudieron votar las mujeres estadounidenses. Y podríamos enunciar una lista interminable de luchadoras en diversos países, por los derechos políticos y económicos como Flora Tristán, Louise Michel (la virgen Roja), Alejandra Kollontay, Clara Zetkin, Inesa Armand, Rosa Luxemburgo, y muchas otras, que todavía no aparecen en la historiografìa.
En Ecuador, tenemos también a varias pioneras de la participación política: Marieta de Veintimilla, más conocida como la generalita, por su participación en la defensa de la dictadura de su tío, llegó a ser una importante ensayista y la primera que escribió un estudio sociológico sobre el Ecuador, además de otros escritos que la revelan como una mujer de gran agudeza política, que en aquella época rechazaba el fanatismo religioso imperante.
Corría el año de 1883 cuando doña Joaquina Galarza, pequeña propietaria, vendía su casa en Guaranda para apoyar a un grupo de jóvenes insurgentes, entre los que estaban varios miembros de su familia, contra la dictadura de Veintimilla. Un grupo de cinco valientes mujeres bolivarenses: Joaquina Galarza, Felicia Solano de Vizuete, Leticia Montenegro de Durango, Dolores Vela y Tránsito Villagómez declararon defenestrado a Veintimilla y designaron a Eloy Alfaro nuevo Jefe de la República.
El 17 de abril, se produce el combate de San Miguel, entre los reivindicadores del honor nacional y las fuerzas conservadoras gubernamentales y allí está doña Joaquina apoyando a su brigada liberal de jóvenes. Las cinco bolivarenses ya mencionadas donan sus bienes para apoyar la lucha de Alfaro y se convierten en fieles propagandistas y multiplicadoras de la Revolución liberal. Por ello son satanizadas y excomulgadas por la Iglesia Católica.
La riosence Matilde Gamarra, conocida afectuosamente como la “ñata Hidalgo”, esposa, hermana y madre de destacados revolucionarios de la época de las montoneras liberales, en su doble condición de propietaria y mujer de ideas avanzadas, apoyó con personal y recursos económicos a Eloy Alfaro, en sus diversas campañas por la libertad. La casa de María Gamarra, fue el centro de las conspiraciones liberales en Guayaquil. Ayudó a la Revolución con su dinero, pero también con una inusual habilidad política que le hacía granjearse la confianza de los de arriba y de los de abajo.
De similar tipo fue la participación de las manabitas Filomena Chávez y Sofía Moreira de Sabando, pequeñas propietarias campesinas del norte de Manabí, quienes se pusieron al frente de sus familiares y trabajadores para constituir una montonera alfarista de gran combatividad. Como resultado de ello, Filomena fue ascendida por Alfaro al grado de Sargento Mayor y más tarde al de Coronela efectiva del ejército nacional, grado con el que se retiró luego a la vida civil. Años más tarde, durante la amenaza de invasión peruana de 1910, Filomena organizó nuevamente un batallón de macheteros y marchó con él a la frontera.
Otra destacada luchadora liberal fue la esmeraldeña Delfina Torres de Concha. “Se cree que fueron estas mujeres, las montoneras, las que presionaron a Alfaro para que en el texto de la Constitución de 1897 se suprimiera el término de varón al hablarse de ciudadanía.” Este texto permitió a Matilde Hidalgo Navarro exigir el derecho al voto.
Como producto de la transformación liberal, surgen nuevas mujeres que lucharán por la participación política. A Matilde Hidalgo Navarro, se la considera precursora de la consecución del voto de las mujeres ecuatorianas. Lojana, nacida en 1889, séptima hija de una familia liberal, comandada por doña Carmen Navarro del Castillo, una viuda que se dedicó a la costura, una de las pocas profesiones permitidas en ese entonces a las mujeres para sacar adelante a sus hijos. Matilde protagoniza una hermosa historia de tenacidad al luchar sin cuartel para poder estudiar el bachillerato no permitido a las mujeres, y la carrera de medicina que tuvo que realizar en dos partes y en dos universidades, en Cuenca y Quito, venciendo las duras discriminaciones de la época.
En 1924, se impone un nuevo reto: votar, y una vez más se encuentra en el ojo de la tormenta. Vuelve a ser la comidilla de los chismes, de los ataques, de la descalificación, pero ella se sobrepone, ha aprendido bastante acerca de la fragilidad de los seres humanos y sabe que en algún momento verá cumplidos sus sueños.
Para 1928, este voto es ratificado oficialmente por el Presidente Isidro Ayora, quien envía la Ley a la Asamblea Constituyente y en 1929, el Ecuador pasa a ser uno de los primeros países de Latinoamérica en otorgar el voto a las mujeres.
Sin embargo, ese derecho era opcional y, solo regía para mujeres letradas, por ello, fueron muy pocas las que lo ejercieron, y no se convirtió en obligatorio sino hasta 1978, en que se fija la edad de 18 años como el límite inicial para el ejercicio de este derecho, que incluyó también a la población analfabeta, derrumbando así una de las fronteras de la discriminación genérica y cultural más hondamente arraigadas en nuestro país. A partir de allí, el derecho de sufragio empezó a ser ejercido por las mujeres, no así el otro derecho consustancial, el de las mujeres a ser elegidas, que no se cumplía con equidad.
A pesar de ello, Matilde será Concejala principal de Machala. Directora de los centros de salud, Primera Diputada principal por la Provincia de Loja al Congreso Nacional (1941), pero el Frente político le robó la principalía. Así será primera Congresista del Ecuador, elegida por votación popular, pero ejercerá como suplente.
Por influencia de las nuevas ideas liberales, se desarrolla un grupo muy interesante de mujeres, fundamentalmente educadoras, que abrirán caminos para mejorar las condiciones de vida de sus congéneres y del país: Este es un momento fundacional de la ciudadanía femenina. Así tenemos a Rita Lecumberri Robles (poeta guayaquileña), Lucinda Toledo (quiteña), Mercedes Elena Noboa Saá (quiteña) y María Luisa Cevallos (primeras egresadas del Normal de señoritas que inauguró Alfaro en 1901). Dolores J. Torres (cuencana) quien fundó una escuela en su casa y formó la Liga de maestros del Azuay (1922).
Otras, impulsarán el periodismo y nuevas visiones acerca de los roles femeninos: Zoila Ugarte de Landívar (machaleña) y Rosaura Emelia Galarza Heyman (guarandeña) serán las pioneras del feminismo temprano de principios del s. XX. Zoila, escritora y bibliotecaria, es crítica e incisiva con la prepotencia de los gobiernos, funda la Revista "la Mujer" (1905), en donde se declara feminista y denuncia la discriminación y marginación de las mujeres de su época. Rosaura ejerce la docencia en Guayaquil, funda la revista Ondina del Guayas (1907-10), en Quito, en 1917, funda la revista Flora que dura dos años, en los que se editan 12 números, es la más importante revista feminista de la época. También escribió varios libros sobre la educación de la mujer.
María Angélica Idrobo, nace en San Pablo del Lago (Imbabura). Alfaro le concede una beca por su inteligencia, para la escuela normal Manuela Cañizares y esto determina una persecución de la Iglesia que la obliga a viajar con su familia a Quito, donde conoce a Zoila Ugarte y se convierte al feminismo y fundan la "Sociedad Feminista Luz de Pichincha", posteriormente forman el grupo "Alas" que publica una revista con el mismo nombre. Funda el Liceo de Señoritas Simón Bolívar.
En Guayaquil (1918), María de Allieri y Clara Potes de Freile crean el Centro "Aurora" y producen una publicación pionera: "La Mujer Ecuatoriana". Surgen al mismo tiempo organizaciones que persiguen reivindicaciones laborales para la mujer obrera, muchas mujeres se integran a los nuevos partidos comunista y socialista y otras empiezan a formarse en la universidad.
En la década de los 30 se destaca Nela Martínez, (nacida en 1912) quien llegó a ser miembro del Comité Ejecutivo y del Comité Central del Partido Comunista, del Buró de Alianza Democrática Nacional, que reunió a los partidos que derrocaron el gobierno de Arroyo del Río, el 28 de mayo de 1844. Nela Martínez asumió el Ministerio de Gobierno por tres días hasta la llegada del Dr. José María Velasco Ibarra al poder y, habiendo entrado como diputada suplente, fue principalizada por algún tiempo, en el congreso Extraordinario de 1945 como representante de la clase trabajadora. Es considerada, pues, la primera diputada principal del Ecuador.
En este mismo período encontramos a otras destacadas luchadoras sociales como Hipatia Cárdenas, Luisa Gómez de la Torre, Raquel Verdesoto, Virginia Larenas, en Quito y Ana Moreno, Isabel Herrería, Corina Hidalgo, Alba Calderón entre muchas otras en Guayaquil. Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña serían las promotoras y dirigentas de la Primera Federación Ecuatoriana de Indios.
LAS MUJERES A PARTIR DE LA SEGUNDA DÉCADA DEL SIGLO XX
En las últimas décadas, el concepto de Democracia está muy ligado al de participación política y ha estado relacionado estrechamente con las formas en que las sociedades han desarrollado mecanismos de inclusión o exclusión de sus ciudadanos/as en el ejercicio de sus derechos. Y desde luego, el concepto de Democracia está hoy en día muy identificado con el concepto de género, en razón de que el Movimiento de Mujeres, desarrollado desde hace cuatro décadas, posicionó un debate público acerca de los contenidos reales y formales de la Democracia y una denuncia frontal de las prácticas consuetudinarias de exclusión de las mujeres de las instancias de decisión política, de planificación y dirección estatal, de los espacios de dirección en los partidos políticos, movimientos sociales y otras instancias del ámbito público y privado.
En Ecuador, la gran mayoría de los derechos políticos de las mujeres han sido conseguidos, a lo largo del siglo XX, y principios del XXI, aunque de manera incompleta. En 1929, el Ecuador fue el primer país de América Latina, en reconocer el derecho al sufragio femenino, y lo consiguió antes que otros países europeos como: España (1931), Francia e Italia (1945), China (1947), Canadá (1948), India (1949), Japón (1950), Méjico (1953), Egipto (1956) y Suiza (1971).
A pesar de ser pioneras en el voto, en Ecuador, todos los partidos políticos han sido dirigidos tradicionalmente por varones. En 1989, había una mujer entre 15 hombres directores de partidos. En 1996, dos mujeres lideraban los partidos de independientes que ayudaron a crear: Rosalía Arteaga por el MIRA y Monserrat Butiñá por el Mov. Fuerza Independentista Azuaya. En el 2006, se eligió a Guadalupe Larriva como presidenta del Partido Socialista, maestra y luchadora social, que como todos/as sabemos, fue también la primera Ministra de Defensa, cargo por demás efímero, debido a los errores cometidos por los militares que, produjeron la catástrofe aviatoria, en la que murió.
La primera vicepresidenta electa fue Rosalía Arteaga, por el PRE, partido de corte populista. Sin embargo, cuando le tocaba suceder a Abdalá Bucaram en la presidencia de la República, una trampa típica de la política patriarcal le impidió ocupar el sillón de Carondelet.
La primera y única presidenta del Congreso Nacional ha sido la Diputada socialcristiana, Susana González, combatida y destituida por su propio partido, 22 días después. La primera vicepresidenta del Congreso y luego primera Ministra de Relaciones Exteriores fue una destacada mujer y lideresa indígena; Nina Pacari.
La primera candidata a presidenta de la República fue Cyntia Viteri, por el PSC en las últimas elecciones y se rumoraba que mientras tanto su propio partido negociaba por debajo de cuerda un apoyo a Noboa.
"En la última década, la incorporación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida política del país ha sido significativa. De un 5.3 por ciento en 1998 pasó al 24.8 por ciento en 2000. Mientras el 13,2 por ciento de los miembros electos al Congreso en las elecciones de 1998 eran mujeres (16 de121 legisladores), este número aumentó a mas de 20 por ciento en 2000, cuando más mujeres suplentes llegaron a ser titulares, tanto con carácter permanente como esporádico. Además se debe destacar que en el período 1998-2000 una mujer indígena fue elegida vice-presidente del Congreso y en agosto de 2000, por un corto período, una mujer no indígena fue elegida presidente del Congreso Nacional. En las elecciones de 2002, 17 de los 100 sillones legislativos (17%) fueron ganados por mujeres, con 19 mujeres suplentes. Este avance en el nivel de la participación de la mujer en el Congreso obedeció, en parte, a tres reformas legales impulsadas por el movimiento de mujeres:
1. La Ley de Amparo Laboral de 1997 que estableció un cupo mínimo del 20 por ciento para la participación de las mujeres en las listas pluripersonales en las elecciones para diputados nacionales y provinciales que tuvo lugar el 30 de noviembre de 1998.
2. La Reforma Constitucional de 1998 que contempla la participación equitativa de hombres y mujeres en los procesos electorales (artículo 102).
3. La reforma a la Ley de Elecciones o Ley de Participación Política de 2000 que fijó cuotas en grados ascendentes del cinco por ciento en cada proceso electoral, a partir de un mínimo de 30 por ciento, hasta llegar a la representación equitativa del 50 por ciento.”
ALGUNOS IMPEDIMENTOS PARA EL EJERCICIO DEL DERECHO A LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA DE LAS MUJERES.
Uno de los más importantes impedimentos de las mujeres para el ejercicio de su derecho a la participación política ha sido la tradición cultural patriarcal cargada de prejuicios y discriminaciones sobre la condición femenina. Las clases dominantes y la sociedad en su conjunto han descalificado permanentemente a la mujer como sujeta política, relegándola siempre al ámbito de lo doméstico y privado. De igual modo, hasta hoy, en la mayoría de los hogares existe rechazo a la participación de las mujeres en un partido político o movimiento social, o como candidata a una designación pública. En la mayoría de los casos, la dependencia económica de la mujer, respecto del esposo o conviviente hacen imposible su participación política en el ámbito público.
La “Ley de Cuotas” conseguida con la movilización de las mujeres organizadas se aplicó desde el año 2000 con permanentes trampas del Tribunal Supremo Electoral, TSE, que en contubernio con los partidos políticos elaboraba reglamentos que burlaban el contenido de la Ley, impidiendo sistemáticamente la aplicación de la alternabilidad y secuencialidad y recién en las presentes inscripciones de los partidos y movimientos para las próximas elecciones a la Asamblea Constituyente hemos logrado que por primera vez se exija la presentación de listas con equidad numérica, alternabilidad y secuencialidad.
Una de las razones que se han esgrimido para impedirnos el ejercicio de este derecho es el de que las mujeres no estamos lo suficientemente preparadas para participar en las contiendas políticas. Sin embargo, en las últimas décadas, el nivel educativo de las mujeres avanzó considerablemente y en la actualidad, constituimos el 49% a nivel primario y el 50.1% a nivel medio, mientras que los hombres ocupan un 49.2%, en este nivel. Ha aumentado de manera considerable la demanda de matrícula en carreras universitarias y medias y en varias facultades la matrícula es paritaria y los profesores señalan que sus alumnas son mejores estudiantes que los varones.
Desde luego subsisten grandes problemas de discriminación en el campo educativo, en relación a los contenidos docentes que todavía reproducen las relaciones de inequidad económica, social y política de las mujeres y también se mantienen graves desigualdades regionales. Por ejemplo la brecha entre el campo y la ciudad es gigantesca y todavía un 23% de mujeres del campo son analfabetas, en relación a un 16% de hombres rurales.
Se han hecho esfuerzos desde el Estado y con la participación del Movimiento de Mujeres y ONG y para la constitución de una Red pro-equidad de género y el desarrollo de un programa de sensibilización sobre "Escuela y equidad de género" a los educadores del Plan Nacional de Capacitación sobre la Reforma Curricular (MEC). Ciertamente, en el ámbito de la educación universitaria y en el de la educación técnica, estos "esfuerzos todavía son aislados y de escaso impacto".
Un tercer aspecto, nos señala que, las mujeres tenemos miedo de participar en la política por múltiples razones: de un lado, el temor a la competencia brutal que imponen los varones desde una experiencia de vieja data, en la que se mezclan las ambiciones personales, las componendas y los arreglos no muy ortodoxos con los financiadores de las campañas. Un ejemplo fehaciente de estos arreglos incómodos y de graves consecuencias fue la graciosa y millonaria "donación" del banquero Aspiazu a la campaña de Jamil Mahuad, con los graves efectos que tuvo para su gobierno y para los ecuatorianos.
De otro lado, las mujeres hemos señalado el rechazo a la práctica de formas populistas del trabajo político, por parte de algunos partidos, que han desarrollado comportamientos viciados y no éticos en su militancia y en los posibles adherentes a las candidaturas, en el sentido de no privilegiar la formación ética, cívica y política para el libre y responsable ejercicio de la ciudadanía, sino que han creado sistemas de cacicazgo y compadrazgo para "amarrar" los votos de las personas, que por ofrecimientos mínimos y demagógicos apoyan a un candidato o a otro.
Las feministas que luchamos por incluir en la Constituyente de 1998, nuestros derechos específicos, hemos propugnado por una forma diferente de hacer política, basada en:
1) Transparencia en las negociaciones políticas, en donde predominen las decisiones tomadas por consenso entre militantes y adherentes;
2) Ética en las negociaciones de campaña, sin trampas posteriores para los electores;
3) La difusión permanente de logros y dificultades y trabajo mancomunado con los electores para el cumplimiento del plan de gobierno.
4) Rendición de cuentas y sanción, incluso con la destitución, en el caso de no haber cumplido con la transparencia y ética, requeridas, en las funciones asignadas.
5) Impulsar una visión que conlleve el enfoque y la perspectiva de género en todos los ámbitos de la vida pública y privada del país.
Falta un largo camino de cambios estructurales del Estado ecuatoriano, empezando por desechar el modelo neoliberal que tanto daño ha hecho a la mayoría de la población, recuperar nuestros recursos estratégicos, hacer reformas políticas al sistema de partidos, al Tribunal Supremo Electoral, al Tribunal Constitucional, al Congreso, a los organismos de control, transformaciones que esperamos realizar en la próxima Asamblea Constituyente, en la que ojalá podamos tener una alta participación de mujeres y hombres preparados/as y convencidos/as de los grandes cambios que requiere el Estado Ecuatoriano, cambios profundos que configuren un país nuevo, solidario, incluyente, equitativo, para todos y todas.
miércoles, 15 de agosto de 2007
DOCUMENTOS HISTÓRICOS
EL TRABAJO REPRODUCTIVO Y DOMÉSTICO.
ESE CORRER DEL TIEMPO, SIN TIEMPO, DE LA VIDA FEMENINA.
Desde los albores de la humanidad y a lo largo de los primeros períodos de su desarrollo, paleolítico y Neolítico, la actividad económica de las mujeres se mantuvo adscrita a la sustentación de las necesidades de sobrevivencia. En tal medida, poco se distinguían de las desarrolladas por los hombres, aunque de todos modos hubo ciertos roles cumplidos por los hombres en función de su fuerza y movilidad mayor, como la caza y la pesca y, en el caso de la mujer, la recolección de los frutos, lo que la llevó a descubrir los principios de la agricultura, la ganadería y la medicina.
Con el desarrollo de las Ciudades-Estados en la antigüedad, se instituye la propiedad privada, aparece la esclavitud como fuente de la fuerza productiva y la monogamia como expresión de la propiedad sobre la mujer y su prole. Aparece también la dicotomía espacio privado-espacio público y la mujer será relegada al primero para cumplir con los roles impuestos por aquella sociedad: madre, procreadora, educadora de los niños, administradora del hogar, esto en el caso de las patricias; en el caso de las plebeyas, a sus deberes de maternidad sumarán las de cocina y atención a su marido y prole y garantizarán el vestido, el arreglo de la casa y todas las tareas necesarias a la subsistencia como la provisión de alimentos, agua, leña, etc.
El trabajo en aquella época era ya una actividad obligatoria para los sectores desprovistos de patrimonio y linaje. Dentro de la gente que posee bienes patrimoniales están los nobles, los religiosos y la alta cúpula militar. Todos ellos ejercen funciones de dirección y autoridad sobre la plebe y son rentistas del suelo y mejoran y acrecen su patrimonio con el trabajo de los esclavos a su cargo. El comercio, es ciertamente, una actividad realizada por plebeyos/as y vista con desprecio, aunque en las altas esferas, los caballeros, pronto se insertarán en los grandes negocios del comercio marítimo.
Se suceden varios modos de producción a lo largo de la historia de la humanidad, pero hay una constante en todos ellos, el trabajo doméstico es obligación de las mujeres. El hogar y los hijos son el centro de sus preocupaciones y actividades. Su tarea central es reproducir la especie, aunque muchas mujeres intentan romper este cerco patriarcal y dedicarse a actividades que las enriquezcan espiritualmente como la literatura, las artes, la filosofía, son pocas las que pueden acceder a estos niveles de desarrollo.
En la Edad Media las mujeres diversifican sus actividades, pues a más de las tareas reproductivas tienen que encargarse de laborar en la tierra, de participar en las múltiples actividades para la supervivencia cotidiana, de incursionar en la infinitud de labores artesanales para generar los objetos necesarios para la vida comunitaria.
Poco a poco van mejorando las actividades domésticas, con el desarrollo de las nuevas tecnologías que produce el capitalismo, las cocinas de leña son reemplazadas por las de kerosene, gasolina, y gas, hasta llegar a las modernas cocinas eléctricas. Las planchas utilizadas para la ropa pasarán también por múltiples tecnologías hasta llegar a las modernas que utilizan electricidad y vapor.
Las instalaciones de agua potable y el alcantarillado facilitan a las mujeres y a sus familias el acceso directo al agua en cada hogar, pero esto ocurre en las ciudades, pues todavía en las zonas rurales, de América Latina, de África y otros ámbitos del “Tercer Mundo”, mujeres y hombres siguen obligados a portar el agua desde las vertientes de los ríos hasta sus viviendas. Hay, desde luego un componente de clase en esta problemática del trabajo doméstico que agrava la situación de las mujeres más pobres.
En el segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en Lima, Perú, en 1983, se instituyó el 22 de julio como la fecha de celebración del "Día del Trabajo Doméstico". Pero, en la mayoría de los 22 de julio, la fecha pasa desapercibida, pues a muy pocas personas les interesa hablar sobre las realidades dolorosas de un tema tan menospreciado, pero tan importante y significativo, no solo para las mujeres del mundo sino para la sociedad en su conjunto.
La primera constatación que habría que realizar, en relación al trabajo doméstico, es la significación del tiempo. En el mundo de la producción capitalista los tiempos son dinámicos, están sometidos a controles, a horarios específicos, el trabajo y el salario están regulados en unidades de trabajo/tiempo. En el trabajo doméstico no existen las regulaciones del tiempo productivo, el tiempo de lo doméstico es circular y por ello casi infinito. Una mujer no sabe cuando va a empezar su trabajo cotidiano ni cuando va a terminar, pueden ser nueve, doce o catorce horas de trabajo continuo.
La enfermedad de un hijo o hija puede alargar la jornada o hacerla intermitente. La llegada tardía de un marido con licor de por medio, puede romper el descanso de la mujer, abruptamente, y convertir la noche en una agitada trifulca. La delicada salud de un abuelo o abuela puede tornarse en desbarajuste de las horas de sueño de la madre de familia y ama de casa.
En los umbrales del siglo XXI, cuando los países del primer mundo han llegado a desarrollar las más sofisticadas armas de guerra y los más ultramodernos artefactos domésticos para sus hogares, la comida precocida, los congelados, todavía subsiste una población mayoritaria, ubicada en el tercer y aún cuarto mundos, en los que millares de mujeres asumen todavía las tareas domésticas en la más absoluta precariedad, desde acarrear el agua en pesadas vasijas, por caminos inhóspitos y a veces intransitables, hasta cocinar en primitivos fogones prehistóricos de leña o carbón o, pilar los granos de la misma forma en que lo hacían nuestras antepasadas.
Ecuador, para nuestra desgracia, es uno de aquellos países que todavía posee mujeres que laboran en las más arcaicas condiciones de salubridad, sin acceso las nuevas tecnologías, sin confort. Para el período 1985-1990, las estadísticas señalaban que existía una población "inactiva" femenina del 75%, contra una población del 25% supuestamente productiva. Datos que mueven a risa, si tomamos en cuenta los nuevos criterios que hoy esgrimimos las mujeres con relación al trabajo doméstico.
Ese 75% de mujeres ecuatorianas (desde los 10 años) incluyen a amas de casa y a estudiantes. Las primeras trabajan muchas más horas y realizan tareas más tediosas y -en ocasiones- más duras que el resto de la población, atienden sus hogares, sin devengar un salario, sin tener acceso a la seguridad social, sin tener derecho a días de fiesta o a vacaciones anuales, sin derecho a asociación o a capacitación. Pero como las madres y/o amas de casa no producen objetos concretos y visibles para la venta o para la exportación, no son consideradas productivas en términos de la jerga económica vigente en nuestras estadísticas. Las segundas, en edad escolar, seguramente no se escapan de sus labores en el hogar.
Las mujeres "activas", durante la década de los años 70, se ocupaban en el área de servicios (comercio, transportes, alojamiento, comida y limpieza, etc) en la que participaba un 60%, (como podemos observar en su mayor parte, oficios muy parecidos a los domésticos), en la industria lo hacían un 25% y en la agricultura un 15% de la PEA femenina.
Para 1982, había un 60% de amas de casa en el Ecuador, contempladas dentro de las estadísticas como personas no activas en la economía. Sin embargo, el movimiento de mujeres surgido en las últimas décadas, ha reivindicado el hecho de que ese trabajo doméstico realizado por las mujeres tiene un valor económico incalculable y contribuye al trabajo productivo y al enriquecimiento del país, porque garantiza la producción y reproducción de uno de los recursos productivos más importantes: la fuerza de trabajo.
La explicación es muy sencilla: ¿Qué pasaría si las mujeres no elaboraran la comida para la alimentación de los trabajadores fabriles, o de los agricultores, o de los comerciantes o de los informales? Qué pasaría si las mujeres no lavaran y plancharan su ropa, no atendieran a sus hijos en todas sus necesidades vitales? Sencillamente, ocurriría que o los trabajadores varones tendrían que cumplir con todas esas tareas, lo cual les robaría tiempo y energías vitales para el cumplimiento de su jornada de trabajo asalariada o tendrían que pagar a terceros por esos servicios y entonces ese gasto tendría que ser contemplado dentro del salario que percibe. ¿Cuánto dinero se ahorra entonces el empresario que paga el salario a sus empleados o trabajadores, pero no cubre el valor de todas esas actividades femeninas que permiten al trabajador vestirse, alimentarse, descansar, levantarse y salir a cumplir con su diaria jornada?
Del mismo modo, que las mujeres han contribuido a la acumulación originaria de capital con el trabajo doméstico silencioso y no remunerado, las mujeres hemos aportado milenariamente a la humanidad con nuestros vientres, procreando la futura mano de obra, la amamantamos, la alimentamos y cuidamos hasta que está en edad de producir. Y quién ha reconocido jamás este trabajo? ¿Quién ha remunerado este trabajo que no tiene horarios ni seguridad social?
Nos preguntamos entonces: ¿Qué pasaría si como una estrategia de rebeldía las mujeres nos negáramos a tener hijos? La respuesta es evidente: se disminuiría la fuerza de trabajo, como ya está ocurriendo en los países desarrollados, en los que han disminuido drásticamente los índices de fecundidad y se han visto obligados a captar fuerza de trabajo migrante, como ocurre actualmente en Alemania, en la población infanto-juvenil ha disminuido y va en aumento la población de ancianos y ancianas.
Hay una destacada teórica feminista, Claudia Von Werlholf, que plantea que, las mujeres cargaron a la espalda con una parte considerable de trabajo silencioso para la acumulación originaria del capital, porque parieron y garantizaron la fuerza de trabajo que se requería para el gran desarrollo de la industria capitalista y como únicamente el trabajo humano es el que, según Carlos Marx, confiere plusvalor a las mercancías, las mujeres tendríamos a nuestro haber esa tarea de reproducir la fuerza de trabajo, que habría producido toda la riqueza existente en el planeta. Fuerza de trabajo que depende de la atención y calidad recibida de su madre no sólo durante los 9 meses del embarazo y durante los primeros años de vida, sino durante toda la infancia y primeros años de juventud.
Podríamos también interrogarnos sobre otros temas que develan el inmenso sacrificio de las mujeres al haber sido relegadas por la sociedad patriarcal al ámbito de lo privado y lo doméstico: Se podría contabilizar en términos de costos de producción de la fuerza de trabajo lo que las mujeres aportamos a la sociedad.
Se podría calcular lo que las mujeres dejamos de percibir en un trabajo asalariado para dedicarnos al trabajo doméstico y la pérdida, que en esos mismos términos, significaría el no-acceso de las mujeres a una educación profesional o técnica, y en esa medida, la no-concurrencia a un trabajo calificado y asalariado, la no participación en la toma de decisiones políticas que afectan a la totalidad de la población.
Si tomamos en cuenta que las mujeres somos el 50% de la población, estamos hablando de un porcentaje altísimo de explotación del trabajo doméstico femenino no remunerado.
Ese es el meollo del asunto, el gran sacrificio, la injusticia que para las mujeres representó durante siglos y, representa actualmente, el ocuparse de las tareas domésticas y no tener acceso a una buena educación, a un trabajo lucrativo, a una vida con mayor dignidad y más satisfacciones, a una existencia plena, a la participación en la vida social, política y cultural del país.
El no tener derecho a decidir como sujeto y ser tratada desde la más tierna infancia como mula de carga, como la esclava que está destinada por leyes ancestrales para el servicio de los demás, sin tener derecho siquiera a un reconocimiento, pues la sociedad ha interiorizado desde tiempos antiguos la obligatoriedad del servicio doméstico de la mujer, como un destino impuesto en razón de la biología, que nos convirtió en las reproductoras y paridoras de la especie, a partir de un supuesto mandato divino.
¿Quién podría devolvernos ahora todo el tiempo perdido?. Devolvernos los siglos enteros que nos robaron en términos de formación personal, de aportes a la civilización, de participación en la elaboración y desarrollo de las ciencias, de la construcción de un pensamiento científico, de aportes a las diversas culturas, de las posibilidades de poder incidir en los destinos de los pueblos, por ejemplo, impidiendo las guerras y las masacres, productos de la agresividad tan característica de nuestras sociedades patriarcales, basadas en la apropiación a través del monopolio de la riqueza, en la imposición del poder a partir de la fuerza, en el discurso falso del progreso lineal de los pueblos, que no garantizó jamás la equidad?
Fue así como a través de un largo y complejo proceso de imposición de poderes en el largo camino de construcción de la historia de la humanidad, los varones que dirigían los destinos de los pueblos fueron imponiendo a través de la violencia y la coacción social y, posteriormente, a través de las leyes y la ideología, una serie de mitos y normas respecto a la inferioridad de la mujer y a sus roles inmutables e inamovibles de reproductoras y sirvientas del género humano.
Solo así se puede explicar que, durante milenios las mujeres hubiesen aceptado y soportado, no sin rebeliones y protestas individuales, desde luego, la dura e ingrata tarea de servir a los demás, careciendo de la mayoría, sino de todos los derechos humanos, tales como la remuneración económica y el reconocimiento de dicho ejercicio como oficio digno y respetable, derechos que ahora a fines del siglo XX, han sido proclamados de manera discursiva como parte indispensable de la calidad de vida de los seres humanos del planeta, aunque aún disten mucho de ser cumplidos de manera eficaz por la totalidad de los pueblos de la tierra.
Por todo esto, una condición -sine qua non- para lograr una revolución económica, para la construcción de un modelo económico alternativo, solidario, incluyente, desconcentrador y redistributivo de la riqueza, es reconocer esta situación de violencia y opresión contra las mujeres, reconocer la deuda social que los Estados adquirieron con las mujeres a lo largo de varios siglos, reconocer que sin equidad no puede haber democracia real, y que deben establecerse los correctivos necesarios para garantizar a las mujeres el reconocimiento del valor social y económico del trabajo reproductivo y doméstico, establecer para las madres y/o amas de casa, seguridad social, igualdad de oportunidades para su desarrollo, visibilización de su aporte económico en las cuentas del Estado e incorporación de la equidad de género en los presupuestos estatales.
Solo la equidad podrá salvar al mundo de la destrucción inexorable que el patriarcado y el capitalismo han llevado a cabo en los últimos siglos, al desmantelar el planeta con una explotación abusiva de los recursos naturales no renovables y renovables y al conducir a los países a permanentes conflictos inter-imperialistas, a guerras en contra de los países de economías dependientes y a conflagraciones mundiales y regionales.
ESE CORRER DEL TIEMPO, SIN TIEMPO, DE LA VIDA FEMENINA.
Desde los albores de la humanidad y a lo largo de los primeros períodos de su desarrollo, paleolítico y Neolítico, la actividad económica de las mujeres se mantuvo adscrita a la sustentación de las necesidades de sobrevivencia. En tal medida, poco se distinguían de las desarrolladas por los hombres, aunque de todos modos hubo ciertos roles cumplidos por los hombres en función de su fuerza y movilidad mayor, como la caza y la pesca y, en el caso de la mujer, la recolección de los frutos, lo que la llevó a descubrir los principios de la agricultura, la ganadería y la medicina.
Con el desarrollo de las Ciudades-Estados en la antigüedad, se instituye la propiedad privada, aparece la esclavitud como fuente de la fuerza productiva y la monogamia como expresión de la propiedad sobre la mujer y su prole. Aparece también la dicotomía espacio privado-espacio público y la mujer será relegada al primero para cumplir con los roles impuestos por aquella sociedad: madre, procreadora, educadora de los niños, administradora del hogar, esto en el caso de las patricias; en el caso de las plebeyas, a sus deberes de maternidad sumarán las de cocina y atención a su marido y prole y garantizarán el vestido, el arreglo de la casa y todas las tareas necesarias a la subsistencia como la provisión de alimentos, agua, leña, etc.
El trabajo en aquella época era ya una actividad obligatoria para los sectores desprovistos de patrimonio y linaje. Dentro de la gente que posee bienes patrimoniales están los nobles, los religiosos y la alta cúpula militar. Todos ellos ejercen funciones de dirección y autoridad sobre la plebe y son rentistas del suelo y mejoran y acrecen su patrimonio con el trabajo de los esclavos a su cargo. El comercio, es ciertamente, una actividad realizada por plebeyos/as y vista con desprecio, aunque en las altas esferas, los caballeros, pronto se insertarán en los grandes negocios del comercio marítimo.
Se suceden varios modos de producción a lo largo de la historia de la humanidad, pero hay una constante en todos ellos, el trabajo doméstico es obligación de las mujeres. El hogar y los hijos son el centro de sus preocupaciones y actividades. Su tarea central es reproducir la especie, aunque muchas mujeres intentan romper este cerco patriarcal y dedicarse a actividades que las enriquezcan espiritualmente como la literatura, las artes, la filosofía, son pocas las que pueden acceder a estos niveles de desarrollo.
En la Edad Media las mujeres diversifican sus actividades, pues a más de las tareas reproductivas tienen que encargarse de laborar en la tierra, de participar en las múltiples actividades para la supervivencia cotidiana, de incursionar en la infinitud de labores artesanales para generar los objetos necesarios para la vida comunitaria.
Poco a poco van mejorando las actividades domésticas, con el desarrollo de las nuevas tecnologías que produce el capitalismo, las cocinas de leña son reemplazadas por las de kerosene, gasolina, y gas, hasta llegar a las modernas cocinas eléctricas. Las planchas utilizadas para la ropa pasarán también por múltiples tecnologías hasta llegar a las modernas que utilizan electricidad y vapor.
Las instalaciones de agua potable y el alcantarillado facilitan a las mujeres y a sus familias el acceso directo al agua en cada hogar, pero esto ocurre en las ciudades, pues todavía en las zonas rurales, de América Latina, de África y otros ámbitos del “Tercer Mundo”, mujeres y hombres siguen obligados a portar el agua desde las vertientes de los ríos hasta sus viviendas. Hay, desde luego un componente de clase en esta problemática del trabajo doméstico que agrava la situación de las mujeres más pobres.
En el segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en Lima, Perú, en 1983, se instituyó el 22 de julio como la fecha de celebración del "Día del Trabajo Doméstico". Pero, en la mayoría de los 22 de julio, la fecha pasa desapercibida, pues a muy pocas personas les interesa hablar sobre las realidades dolorosas de un tema tan menospreciado, pero tan importante y significativo, no solo para las mujeres del mundo sino para la sociedad en su conjunto.
La primera constatación que habría que realizar, en relación al trabajo doméstico, es la significación del tiempo. En el mundo de la producción capitalista los tiempos son dinámicos, están sometidos a controles, a horarios específicos, el trabajo y el salario están regulados en unidades de trabajo/tiempo. En el trabajo doméstico no existen las regulaciones del tiempo productivo, el tiempo de lo doméstico es circular y por ello casi infinito. Una mujer no sabe cuando va a empezar su trabajo cotidiano ni cuando va a terminar, pueden ser nueve, doce o catorce horas de trabajo continuo.
La enfermedad de un hijo o hija puede alargar la jornada o hacerla intermitente. La llegada tardía de un marido con licor de por medio, puede romper el descanso de la mujer, abruptamente, y convertir la noche en una agitada trifulca. La delicada salud de un abuelo o abuela puede tornarse en desbarajuste de las horas de sueño de la madre de familia y ama de casa.
En los umbrales del siglo XXI, cuando los países del primer mundo han llegado a desarrollar las más sofisticadas armas de guerra y los más ultramodernos artefactos domésticos para sus hogares, la comida precocida, los congelados, todavía subsiste una población mayoritaria, ubicada en el tercer y aún cuarto mundos, en los que millares de mujeres asumen todavía las tareas domésticas en la más absoluta precariedad, desde acarrear el agua en pesadas vasijas, por caminos inhóspitos y a veces intransitables, hasta cocinar en primitivos fogones prehistóricos de leña o carbón o, pilar los granos de la misma forma en que lo hacían nuestras antepasadas.
Ecuador, para nuestra desgracia, es uno de aquellos países que todavía posee mujeres que laboran en las más arcaicas condiciones de salubridad, sin acceso las nuevas tecnologías, sin confort. Para el período 1985-1990, las estadísticas señalaban que existía una población "inactiva" femenina del 75%, contra una población del 25% supuestamente productiva. Datos que mueven a risa, si tomamos en cuenta los nuevos criterios que hoy esgrimimos las mujeres con relación al trabajo doméstico.
Ese 75% de mujeres ecuatorianas (desde los 10 años) incluyen a amas de casa y a estudiantes. Las primeras trabajan muchas más horas y realizan tareas más tediosas y -en ocasiones- más duras que el resto de la población, atienden sus hogares, sin devengar un salario, sin tener acceso a la seguridad social, sin tener derecho a días de fiesta o a vacaciones anuales, sin derecho a asociación o a capacitación. Pero como las madres y/o amas de casa no producen objetos concretos y visibles para la venta o para la exportación, no son consideradas productivas en términos de la jerga económica vigente en nuestras estadísticas. Las segundas, en edad escolar, seguramente no se escapan de sus labores en el hogar.
Las mujeres "activas", durante la década de los años 70, se ocupaban en el área de servicios (comercio, transportes, alojamiento, comida y limpieza, etc) en la que participaba un 60%, (como podemos observar en su mayor parte, oficios muy parecidos a los domésticos), en la industria lo hacían un 25% y en la agricultura un 15% de la PEA femenina.
Para 1982, había un 60% de amas de casa en el Ecuador, contempladas dentro de las estadísticas como personas no activas en la economía. Sin embargo, el movimiento de mujeres surgido en las últimas décadas, ha reivindicado el hecho de que ese trabajo doméstico realizado por las mujeres tiene un valor económico incalculable y contribuye al trabajo productivo y al enriquecimiento del país, porque garantiza la producción y reproducción de uno de los recursos productivos más importantes: la fuerza de trabajo.
La explicación es muy sencilla: ¿Qué pasaría si las mujeres no elaboraran la comida para la alimentación de los trabajadores fabriles, o de los agricultores, o de los comerciantes o de los informales? Qué pasaría si las mujeres no lavaran y plancharan su ropa, no atendieran a sus hijos en todas sus necesidades vitales? Sencillamente, ocurriría que o los trabajadores varones tendrían que cumplir con todas esas tareas, lo cual les robaría tiempo y energías vitales para el cumplimiento de su jornada de trabajo asalariada o tendrían que pagar a terceros por esos servicios y entonces ese gasto tendría que ser contemplado dentro del salario que percibe. ¿Cuánto dinero se ahorra entonces el empresario que paga el salario a sus empleados o trabajadores, pero no cubre el valor de todas esas actividades femeninas que permiten al trabajador vestirse, alimentarse, descansar, levantarse y salir a cumplir con su diaria jornada?
Del mismo modo, que las mujeres han contribuido a la acumulación originaria de capital con el trabajo doméstico silencioso y no remunerado, las mujeres hemos aportado milenariamente a la humanidad con nuestros vientres, procreando la futura mano de obra, la amamantamos, la alimentamos y cuidamos hasta que está en edad de producir. Y quién ha reconocido jamás este trabajo? ¿Quién ha remunerado este trabajo que no tiene horarios ni seguridad social?
Nos preguntamos entonces: ¿Qué pasaría si como una estrategia de rebeldía las mujeres nos negáramos a tener hijos? La respuesta es evidente: se disminuiría la fuerza de trabajo, como ya está ocurriendo en los países desarrollados, en los que han disminuido drásticamente los índices de fecundidad y se han visto obligados a captar fuerza de trabajo migrante, como ocurre actualmente en Alemania, en la población infanto-juvenil ha disminuido y va en aumento la población de ancianos y ancianas.
Hay una destacada teórica feminista, Claudia Von Werlholf, que plantea que, las mujeres cargaron a la espalda con una parte considerable de trabajo silencioso para la acumulación originaria del capital, porque parieron y garantizaron la fuerza de trabajo que se requería para el gran desarrollo de la industria capitalista y como únicamente el trabajo humano es el que, según Carlos Marx, confiere plusvalor a las mercancías, las mujeres tendríamos a nuestro haber esa tarea de reproducir la fuerza de trabajo, que habría producido toda la riqueza existente en el planeta. Fuerza de trabajo que depende de la atención y calidad recibida de su madre no sólo durante los 9 meses del embarazo y durante los primeros años de vida, sino durante toda la infancia y primeros años de juventud.
Podríamos también interrogarnos sobre otros temas que develan el inmenso sacrificio de las mujeres al haber sido relegadas por la sociedad patriarcal al ámbito de lo privado y lo doméstico: Se podría contabilizar en términos de costos de producción de la fuerza de trabajo lo que las mujeres aportamos a la sociedad.
Se podría calcular lo que las mujeres dejamos de percibir en un trabajo asalariado para dedicarnos al trabajo doméstico y la pérdida, que en esos mismos términos, significaría el no-acceso de las mujeres a una educación profesional o técnica, y en esa medida, la no-concurrencia a un trabajo calificado y asalariado, la no participación en la toma de decisiones políticas que afectan a la totalidad de la población.
Si tomamos en cuenta que las mujeres somos el 50% de la población, estamos hablando de un porcentaje altísimo de explotación del trabajo doméstico femenino no remunerado.
Ese es el meollo del asunto, el gran sacrificio, la injusticia que para las mujeres representó durante siglos y, representa actualmente, el ocuparse de las tareas domésticas y no tener acceso a una buena educación, a un trabajo lucrativo, a una vida con mayor dignidad y más satisfacciones, a una existencia plena, a la participación en la vida social, política y cultural del país.
El no tener derecho a decidir como sujeto y ser tratada desde la más tierna infancia como mula de carga, como la esclava que está destinada por leyes ancestrales para el servicio de los demás, sin tener derecho siquiera a un reconocimiento, pues la sociedad ha interiorizado desde tiempos antiguos la obligatoriedad del servicio doméstico de la mujer, como un destino impuesto en razón de la biología, que nos convirtió en las reproductoras y paridoras de la especie, a partir de un supuesto mandato divino.
¿Quién podría devolvernos ahora todo el tiempo perdido?. Devolvernos los siglos enteros que nos robaron en términos de formación personal, de aportes a la civilización, de participación en la elaboración y desarrollo de las ciencias, de la construcción de un pensamiento científico, de aportes a las diversas culturas, de las posibilidades de poder incidir en los destinos de los pueblos, por ejemplo, impidiendo las guerras y las masacres, productos de la agresividad tan característica de nuestras sociedades patriarcales, basadas en la apropiación a través del monopolio de la riqueza, en la imposición del poder a partir de la fuerza, en el discurso falso del progreso lineal de los pueblos, que no garantizó jamás la equidad?
Fue así como a través de un largo y complejo proceso de imposición de poderes en el largo camino de construcción de la historia de la humanidad, los varones que dirigían los destinos de los pueblos fueron imponiendo a través de la violencia y la coacción social y, posteriormente, a través de las leyes y la ideología, una serie de mitos y normas respecto a la inferioridad de la mujer y a sus roles inmutables e inamovibles de reproductoras y sirvientas del género humano.
Solo así se puede explicar que, durante milenios las mujeres hubiesen aceptado y soportado, no sin rebeliones y protestas individuales, desde luego, la dura e ingrata tarea de servir a los demás, careciendo de la mayoría, sino de todos los derechos humanos, tales como la remuneración económica y el reconocimiento de dicho ejercicio como oficio digno y respetable, derechos que ahora a fines del siglo XX, han sido proclamados de manera discursiva como parte indispensable de la calidad de vida de los seres humanos del planeta, aunque aún disten mucho de ser cumplidos de manera eficaz por la totalidad de los pueblos de la tierra.
Por todo esto, una condición -sine qua non- para lograr una revolución económica, para la construcción de un modelo económico alternativo, solidario, incluyente, desconcentrador y redistributivo de la riqueza, es reconocer esta situación de violencia y opresión contra las mujeres, reconocer la deuda social que los Estados adquirieron con las mujeres a lo largo de varios siglos, reconocer que sin equidad no puede haber democracia real, y que deben establecerse los correctivos necesarios para garantizar a las mujeres el reconocimiento del valor social y económico del trabajo reproductivo y doméstico, establecer para las madres y/o amas de casa, seguridad social, igualdad de oportunidades para su desarrollo, visibilización de su aporte económico en las cuentas del Estado e incorporación de la equidad de género en los presupuestos estatales.
Solo la equidad podrá salvar al mundo de la destrucción inexorable que el patriarcado y el capitalismo han llevado a cabo en los últimos siglos, al desmantelar el planeta con una explotación abusiva de los recursos naturales no renovables y renovables y al conducir a los países a permanentes conflictos inter-imperialistas, a guerras en contra de los países de economías dependientes y a conflagraciones mundiales y regionales.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)